Que mi Sangre sea Semilla de Libertad: Monseñor Romero, 30 años después

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“El lunes 24 de marzo de 1980, el arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Arnulfo Romero y Gáldamez, en plena celebración de misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia, fue ultimado por un asesino profesional, quien, de un solo disparo, desde un vehículo rojo, ubicó un solo proyectil calibre 22, causándole la muerte.” (1)


7:03 – Hospitalito de la Divina Providencia


“Monseñor Romero se había erigido en un reconocido crítico de la violencia y la injusticia y, como tal, se le percibía en los círculos civiles y militares de derecha como enemigo peligroso. Sus homilías irritaban profundamente estos círculos por cuanto incluían recuentos de hechos de violaciones de derechos humanos.” (2)


“Este crimen polarizó aún más a la sociedad salvadoreña y se convirtió en hito que simboliza el mayor irrespeto por los derechos humanos y preludio de la guerra abierta entre Gobierno y guerrillas.” (3)


Samuel Ruiz, Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, presidió una misa en el 30 aniversario del asesinato de Monseñor Romero en el mismo altar donde este fue asesinado.



Durante la misa, laicos y feligreses solicitaron oraciones y diligencia en cuanto a temas de gran urgencia en el país y la región. Entre otros, se pidió por: la derogación de “proyectos de muerte” como la minería y represas hidroeléctricas, la represión que sufre el pueblo hondureño a raíz del golpe de estado, abusos laborales que sufren particularmente mujeres que trabajan en maquilas, la reconstrucción digna y justa de Chile y Haití debido a los recientes terremotos, contra “el consumismo desenfrenado y voraz”, por los medios de comunicación mal usados que alienan en vez de informar, la paz y justicia para los pueblos indígenas – “verdaderos habitantes de nuestras tierras”, reparación por daños de lesa humanidad causados durante los conflictos internos en la región, y que los países ricos del norte se vuelvan verdaderamente solidarios con los pobres del sur.



Sin embargo, las palabras del mismo Monseñor Romero sirven como testimonio de su lucha por la justicia y aún retumban hoy en día. Sus homilías nos demuestran, más de treinta años después, que las raíces de numerosos males sociales no han cambiado lo suficiente o, en algunos casos, en lo más mínimo.


“Paz no es ausencia de guerra. Paz no es equilibrio de dos fuerzas que están en pleito. Paz sobre todo no es el signo de la muerte bajo la represión cuando no se puede hablar… La verdadera paz es aquella que se basa en la justicia, en la equidad.” (14 de agosto de 1977)


“Yo denuncio sobre todo la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada como absoluto intocable y ¡ay del que toque ese alambre de alta tensión, se quema! No es justo que unos pocos lo tengan todo… y la mayoría marginada se está muriendo de hambre.” (12 de agosto de 1979)


“No basta el progreso del país. Es necesario que ese progreso se base sobre cimientos de justicia, porque si no, la seguridad nacional solamente será seguridad para aquellos que se enriquecen y el progreso siempre beneficiará a una minoría.” (19 de noviembre de 1978)


“No sé por qué continúa, en un país civilizado, la discriminación de la mujer; ¿por qué no va a tener igual sueldo si trabaja igual?” (8 de julio de 1979)


“El desarrollo exige transformaciones audaces, profundamente innovadoras, hay que emprender, sin esperar más, reformas urgentes; cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo, los que por su educación, su situación y su poder, tienen grandes posibilidades de acción.” (5 de enero de 1978)


9:15 – Marcha rumbo a la Catedral



“La causa de todo nuestro malestar es la oligarquía, ese reducido núcleo de familias al que no importa el hambre del pueblo, sino que necesita de la misma para disponer de mano de obra barata y abundante para levantar y exportar sus cosechas.” (15 de febrero de 1980)


“¿Por qué solo hay ingreso para el pobre campesino en la temporada del café y del algodón y de la caña? ¿Por qué esta sociedad necesita tener campesinos sin trabajo, obreros mal pagados, gente sin salario justo? Estos mecanismos se deben descubrir no como quien estudia sociología o economía, sino como cristianos, para no ser cómplices de esa maquinaria que está haciendo cada vez gente más pobre, marginados, indigentes.” (16 de diciembre de 1979)



“Es lástima tener unos medios de comunicación tan vendidos a las condiciones. Es lástima no poder confiar en las noticias del periódico o de la televisión o de la radio porque todo está comprado, está amañado y no se dice la verdad.” (2 de abril de 1978)


“Me preocupa que se dé tanta violencia en el país; pero lo que más me preocupa es que la capacidad de reacción, condena y protesta de la población, en general, ha disminuido notablemente y esto ha permitido que se continúe reprimiendo con mayor descaro y libertad.” (2 de marzo de 1980)


10:05 – El Salvador del Mundo


“¿Hasta cuándo vamos a estar soportando estos crímenes sin ninguna reivindicación de justicia? ¿Dónde está la justicia de nuestra patria? ¿Dónde está la Corte Suprema de Justicia? ¿Dónde está el honor de nuestra democracia si han de morir así las gentes, como perros, y se quedarán sin investigar sus muertes? (21 de junio de 1979)


“Derecha significa cabalmente la injusticia social, y no es justo estar manteniendo nunca una línea de derecha.” (19 de marzo de 1980)


“Un pueblo desorganizado es una masa con la que se puede jugar; pero un pueblo que se organiza y defiende sus valores, su justicia, es un pueblo que se hace respetar.” (2 de marzo de 1980)


12:05 – Catedral y Cripta de Monseñor Romero



“En América Latina hay una situación de injusticia. Hay una violencia institucionalizada… Porque dondequiera que hay una potencia que oprime a los débiles y no los deja vivir justamente sus derechos, su dignidad humana, allí hay situación de injusticia.” (3 de julio de 1977)


“Esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana; pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya.” (24 de febrero de 1980)


“La ayuda que Estados Unidos pueda hacernos militarmente solo estará reforzando a los opresores del pueblo.” (4 de noviembre de 1979)


“Que triste leer que en El Salvador, las dos primeras causas de muerte de los salvadoreños son: la primera es la diarrea; y la segunda, es el asesinato… De modo que, inmediatamente después de la señal de la desnutrición, la diarrea, está la señal del crimen, el asesinato. Son las dos epidemias que están matando a nuestro pueblo.” (9 de septiembre de 1979)


“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.” (23 de marzo de 1980, un día antes de su asesinato)


“Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (23 de marzo de 1980, un día antes de su asesinato)



La figura de Monseñor Romero ha trascendido creencias dentro de la sociedad Salvadoreña y su canonización por el Vaticano está ya en curso. En su cripta, el retablo de un emigrante le venera: “Gratitud a Dios y Monseñor Romero que por su intercepción me hizo el milagro de protegerme en mi viaje a EE. UU. –Manuel Guillén”




“Podría registrarse un triunfo efímero de las fuerzas al servicio de la oligarquía, pero la voz de justicia de nuestro pueblo volvería a escucharse y, más temprano que tarde, vencerá. La nueva sociedad viene, y viene con prisa.” (15 de febrero de 1980)


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1 Mártinez Peñate, Óscar (Compilador). El Salvador. Los Acuerdos de Paz y el Informe de la Comisión de la Verdad. 1a ed. San Salvador, 2007. P. 231.

2 Ibid.

3 Op. Cit. Mártinez Peñate. P. 142.