Mujeres peruanas frente al cambio climático

Fuente: Programa de las Americas

Los efectos de la crisis del clima golpean con mayor dureza a las poblaciones vulnerables, especialmente a las mujeres, y en particular a las mujeres indígenas. Las inundaciones, sequías, heladas, la desaparición de glaciares agravan no sólo las condiciones de discriminación económica y social, sino de raza y de género.

Por lo tanto, las estrategias para enfrentar el cambio climático deben tomar en cuenta la cuestión de género porque la crisis del clima tiende a reforzar y perpetuar las desigualdades existentes, lo cual determina que las mujeres enfrenten impactos negativos mayores.

El cambio climático es una de las más graves amenazas para la vida en el planeta. Los gobiernos están obligados a realizar acciones urgentes para enfrentar el problema, impulsando transformaciones en los modelos de producción y consumo dominantes para lograr condiciones de existencia equitativas y equilibradas para todas las personas.

No es un tema que se agote sólo desde la perspectiva científica o ambiental. Es necesario tomar en cuenta sus repercusiones en las relaciones de poder en la sociedad pero también en los ámbitos comunitarios y familiares.

En muchas partes del mundo, las mujeres están a la vanguardia en las acciones políticas así como en los proyectos de mitigación y adaptación frente al cambio climático. Perú no es la excepción y de ello dan testimonio varias mujeres asistentes a la Cumbre de los Pueblos Frente al Cambio Climático, realizada en Lima, del 8 al 11 de diciembre.

Ivonne Marisa Chunga Torres, Zorritos, Tumbes, Región Costa

Ivonne Marisa Chunga Torres, de la comunidad de Zorritos, Tumbes, enclavada en el ecosistema costero marino del Perú, nos dice:

“Soy casada, tengo 40 años y cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Pertenezco a la Confederación Nacional de Mujeres Organizadas por la Vida y el Desarrollo (Conamovidi). Me dedico a recolectar pescado, alimento de alto valor nutritivo y económico”.

Pero desde hace unos años —cuenta Chunga Torres— el pescado empezó a escasear. Ahora los pescadores salen más tiempo al mar y la captura es insuficiente. Para colmo, el gobierno creó una ley que prohíbe pescar dentro de las primeras cinco millas. La ley castiga sobre todo a las poblaciones indígenas que han vivido tradicionalmente de la pesca. La población de Zorritos, entre muchas otras, ha tenido que diversificar sus actividades.

“Hemos tenido que optar por ir a otro distrito a desarrollar trabajos alternativos pero ahora también se ha complicado porque se está sufriendo las inclemencias de la falta de lluvias. Se nos han ido cerrando las puertas. Los pobladores han tenido que dedicarse a la tala de árboles para producir carbón y esto no satisface sus necesidades familiares ni contribuye a resolver el problema climático,” explica.

Las mujeres de Conamovidi han creado nuevos proyectos para enfrentar las difíciles condiciones. “Ante el cambio de circunstancias hemos tenido que organizarnos y entrarle a otras formas de obtener dinero. Por ejemplo, antes aquí no se preparaba ceviche y ahora ya hemos incursionado en la venta de comida. Creamos una asociación de fileteras y otra de artesanas que trabajan con conchas y caracoles”.

Desde sus organizaciones, han reclamado apoyo gubernamental para cultivar tilapia y langosta, así como talleres de capacitación para procesar y vender sus productos y mejorar las instalaciones donde trabajan las fileteras, que son muy precarias.

“Hemos demandado la limpieza de playas y buscar formas de aprovechar el turismo para aumentar los ingresos de las familias,” dice Chunga Torres.

En su pueblo los pescadores señalan a las empresas petroleras como responsables de los daños a la pesca al contaminar el mar. Ella tiene un sueño: “Quiero ver a mi pueblo libre de contaminación ambiental, para vivir bien, libres de enfermedades y con empleo para sostener nuestros hogares”.

Sonilda Bárbara Atencio Atencio, Puno, Región Andina

La elocuencia de Sonilda Bárbara Atencio Atencio, de Puno, del ecosistema rural andino, está teñida de orgullo y nostalgia:

“En Puno nos caracterizamos por el lago Titicaca y la fiesta de la Virgen de la Candelaria. Yo represento a la zona media, me dedico a la agricultura y ganadería, tengo 38 años, soy madre de tres hijos y estoy a cargo de ellos, ya se imaginarán la responsabilidad que esto significa.”

Señala que su región ha resentido los efectos del cambio climática. “Lo primero que recuerdo es la época de mi infancia, cuando mi madre cultivaba quinua, la papa, la oca, la avena, productos característicos de nuestra región; no eran tan abundantes pero nos bastaban para reservar para los meses de poca producción, cuando hace frío. Había suficiente para alimentarnos, pero lamentablemente esto ha cambiado.”

“Antes, en Puno, los meses de septiembre, octubre y noviembre los dedicábamos al sembrío; en diciembre, enero y febrero uno tenía que ver la chacra muy hermosa, llena de flores, y los meses de junio y julio, a pesar de que se pone bastante frío, para nosotros son indispensables esos meses porque nos permiten transformar y conservar nuestros alimentos a partir de la papa y la oca.”

“El tiempo ha cambiado. Si en junio queremos hacer el chuño y la caya, a veces cae lluvia y ya no se puede porque después de unas cuantas gotas de lluvia tenemos veranillos, un sol caluroso.”

Dice que el calentamiento también está afectando a la salud de la gente donde vive. “Antes yo decía que el sol me quemaba, hoy digo que el sol me sancocha. Hoy esto se nota también acá: alguna vez tuve oportunidad de venir a Lima en esta temporada y durante la movilización pasada me di cuenta que aquí también el sol ya no solamente calienta.”

“A causa de estos cambios, la pobreza que se vivía, que era regular, se ha incrementado mucho más. Nos ha afectado la salud, enfermedades como tos y artritis se ven mucho más; nuestra piel se ha tostado; hoy en Puno, la mayoría usa lentes. Antes decíamos que teníamos ojos de búho.”

Los cambios climáticos y en la agricultura han tenido un impacto fuerte en la vida cotidiana de las mujeres, cuenta. “Todo esto afecta a las mujeres porque cumplimos un sinfín de roles. Somos madres y guías de nuestras familias. La mayoría nos dedicamos a la agricultura y la ganadería, sobre todo a la crianza de animales menores, pero quien maneja nuestro dinero es el varón. La poca producción que nos da la tierra la llevamos al mercado; no sé si aquí [en Lima] o en otro lugar del Perú se practique el trueque pero nosotros lo seguimos haciendo, intercambiando nuestro producto nativo por frutas o verduras.”

Para ella la manera de enfrentar estos problemas es a través de la organización de base. “Hay algo de lo que como mujer me di cuenta: si bien participamos, debemos participar aún más. El gobierno aplica políticas pero lamentablemente la mayoría son asistencialistas, eso no nos ayuda realmente, porque nos dan pescado pero no nos enseñan a pescar, y sobre todo no nos proporcionan los recursos para pescar.”

“Nos hemos dejado llevar por el mercado capitalista que nos enseña que lo más importante es el dinero. ¿Será el dinero lo más importante o será más bien que por el dinero estamos destruyendo nuestra naturaleza? ¿Qué pasó con la armonía que existía en tiempos de nuestros abuelos? Entonces la tierra era sagrada, fuente vida, la Pachamama. Hoy en día no hay ese respeto por la tierra.”

“Lo que buscamos y demandamos es incrementar la forestación de nuestros territorios con especies nativas. Qué lamentable que nuestras sociedades y gobiernos se han preocupado por construir carreteras pero no hay quien se preocupe por nuestros bosques. ¿Quién dice: yo en mi casa he de plantar cinco árboles, cuando sabemos que el calentamiento global se agrava por la falta de árboles?”

“Es muy importante promover la protección de los seres vivos en sus propios medios con el fin de conservar la biodiversidad. A pesar de conocer la importancia de la relación entre el hombre, la producción y la tierra, hemos ido acabando con la vida en ella. Llegamos a creer que algunos animales como los sapos que conviven en nuestra diversidad eran una amenaza para nuestra agricultura cuando en realidad son un factor equilibrador en la naturaleza. Que los fertilizantes químicos son más efectivos que los abonos tradicionales, que los insecticidas son mejores… pero hemos ido descubriendo que no es así.”

“También es importante el rescate de nuestra tecnología ancestral, como los andenes, y fomentar la producción orgánica, recuperando y cultivando lo nuestro.”

Rosalía Yampis Agkuash, del pueblo Awajun/Imaza

Rosalía Yampis Agkuash tiene 37 años, vive en la comunidad de Nazaret, atravesada por el río Chiriaco, en la Amazonia peruana, a tres horas de la provincia de Bagua. Recuerda que en su comunidad había una gran variedad de animales y diversas clases de frutas y verduras silvestres que se han ido perdiendo.

La temporada de lluvias se ha desplazado y ya no corresponde con los periodos de floración. Después las lluvias torrenciales provocan inundaciones que arrasan los sembradíos.

“Con cada crecentada del río, cuando baja el agua se derrumba el terreno de la comunidad, se derrumban las chacras que se han cultivado. La yuca, el maíz, el plátano se los lleva el río y padecemos hambre. Ahora los comuneros y comuneras debemos caminar grandes distancias para encontrar donde hacer las chacras. Antes no era necesario hacer esto.”

Compañías petroleras como Techint contaminaron suelos y aguas de la región. La construcción de un oleoducto y los trabajos de extracción implicaron la deforestación de grandes extensiones de territorio.

“Antes el bosque era nuestro mercado, ahora tenemos que caminar días tras días para encontrar los recursos que nos ofrece el bosque”, dice Rosalía.

“Hay épocas en que no tenemos con qué alimentarnos y no es porque uno no trabaje. Las mujeres nos hemos organizado para ver de qué manera solucionamos este problema. Nos hemos puesto a criar peces nativos como boquichico y gamitana, porque ya no teníamos con que alimentar a nuestros niños, y sin alimento no rinden en la escuela.”

Rosalía cuenta que en las chacras ya no se puede trabajar todo el día. Los chacareros salen temprano por la mañana, antes de salir el sol, pero han de regresar a hacia las 11 porque el calor es insoportable. “La piel nos arde y le tenemos miedo al cáncer en la piel”.

En Nazaret también están preocupados por recuperar y conservar sus bosques. “Con todo, vivimos en temor constante por la posible desaparición de nuestra comunidad”, asegura Rosalía.

Lucy Mejía Calderón, Lima

Lucy Mejía Calderón, proviene de Lima, del ecosistema costero urbano del Perú. Tiene 62 años de edad, 42 de casada, tres hijos y cinco nietos. Pertenece a la Red de Mujeres de Perú, que busca dar a conocer el trabajo de la mujer de clase pobre y propiciar su participación en los espacios sociales y comunitarios, mediante programas de empoderamiento económico, lucha contra el VIH sida y seguridad alimentaria, entre otros.

“Queremos que la mujer se empodere, se informe y se capacite. Las realidades de las comunidades son diversas pero los dolores que padecemos son los mismos”, dice convencida.

Afirma que la pobreza extrema obliga a las familias a ubicar sus casas en zonas de alto riesgo como laderas, riberas de los ríos y en lugares de acumulación de basura. Ante la insalubridad, la escasez de agua para el consumo humano y otros problemas padecidos por la falta de servicios públicos en esos espacios marginales, las mujeres no se quedan de brazos cruzados.

“Todas esas cuestiones que vivimos producto del cambio climático como inundaciones, sequías, incendios son más graves en las áreas de extrema pobreza. Y aún ahí las mujeres y los hombres las vivimos de manera diferenciada porque somos las que estamos más cerca con nuestras comunidades, estamos al día con nuestras familias; en cualquier situación de desastre o crisis, quien sale primero a la palestra y a la defensa somos las mujeres porque tenemos la capacidad de organizarnos y enfrentar las situaciones difíciles y dar el primer paso”.

Mejía da cuenta de nuevas plagas, del padecimiento de nuevas enfermedades como alergias pulmonares en niños y personas de la tercera edad. Observa que en zonas donde antes llovía poco, han llegado fuertes lluvias y ahora es necesario mejorar las condiciones de las viviendas, en detrimento de la economía familiar. La pobreza acentuada afecta también las relaciones familiares, los jóvenes tienen que emigrar y muchos adultos también. Las familias terminan desintegradas.

En la lucha por paliar los reveses del clima, la Red de Mujeres impulsa también una campaña de forestación de laderas y asegura que los resultados son alentadores. “Tenemos que reconocernos para que otros también nos reconozcan, tenemos que echarnos flores para que nuestro trabajo se difunda”, concluye.

Marina Guzmán, Ica, Región costera rural

Marina Guzmán, por su parte, viene de Ica, en la región costera rural. De 55 años de edad, representa a la asociación Guarango en su Tinta, compuesta mayoritariamente por mujeres. En 2010 retornó a vivir a Ica después de 15 años. Vio con tristeza que las inmensas alamedas de antaño ya no existían y los guarangos estaban desapareciendo. Pronto se dio a la tarea de promover la creación de su organización que empezó con una campaña de reciclaje y la realización de un sondeo el cual mostró que los niños no conocían el guarango ni buena parte de la flora de su región.

El guarango, nombre local del árbol de los bosques de la costa peruana conocido en otros lugares como algarrobo, estaba al borde de la extinción por la explotación depredadora para la elaboración de carbón y por el arrasamiento de su hábitat por el urbanismo. De su fruto se obtiene una harina llamada algarrobina, recomendada para combatir la desnutrición por su alto valor alimenticio. De su tronco se extrae una tinta color sepia.

“Conocimos la tinta —cuenta Guzmán—, que es la resina del árbol, en un festival que organizamos para rescatar el guarango. Entonces como parte de la campaña de rescate se nos ocurrió convocar a un concurso de dibujo con tinta de guarango y con esto dimos nombre a nuestra organización”.

Una jornada intensiva de reforestación que se volvió permanente y la participación de artistas y aficionados al dibujo que respondieron a la convocatoria inicialmente en la región y después más allá, culminando con exposiciones colectivas en todo el país, hicieron posible que la campaña de concientización llegara a todo tipo de públicos.

“El arte ayuda porque a través de él podemos conocer, y no podemos defender lo que no conocemos. Queremos que el concurso se mantenga, la muestra colectiva ya llegó hasta Cuba. En 2014 la meta fue sembrar 5 mil guarangos y la cumplimos. Este es un recurso que se estaba perdiendo”, dice Marina, y se pregunta: “¿Cuántos (recursos) en su situación están en Brasil, Argentina, México y todo el continente?