Miles de jóvenes en los grandes centros urbanos del país realizan su primera experiencia laboral atendiendo y realizando llamadas telefónicos.
Una vida
Luego de viajar 40 minutos en los colectivos repletos de las mañanitas de Buenos Aires, en el momento en que las agujas marcan 8, Camila entra a un edificio rigurosamente vigilado. El personal de seguridad no protege el lugar de posibles robos. Controla el ingreso y la salida de los propios trabajadores. Además de guardias, hay rejas con aperturas electrónica y un circuito interno de cámaras.
Camila, al igual que varios cientos de sus compañeros y compañeras, trabaja frente a una computadora. El salón está compartimentado en pequeñas cabinas y dispuesto de modo que cada trabajador tenga en su espalda un puesto desde el cual pueda ser controlado. La cabina de los supervisores tiene vidrios oscuros que impiden ver lo que pasa adentro. El objetivo es que todos se sientan vigilados, todo el tiempo.
Los trabajadores atienden llamadas telefónicas para una empresa líder, que goza de una altísima tasa de ganancia y que puede pagar mucho más. Camila se lleva solo 8 pesos por hora, trabaja 6, y a fin de mes redondea 960. Factura como monotributista, carece de obra social, aportes, y otros derechos históricamente conquistados por los trabajadores. Para que las cuentas le den mejor, la empresa que la contrata viola las leyes laborales vigentes en el país.
Por su parte, Camila, que se quiere ir a vivir sola, recorre para arriba y para abajo la tabla del 960. Hace malabarismos con los rubros "alquiler," "comida" y "transporte," y hace cálculos optimistas que Clarín Clasificados se encarga de desmentir.
Camila tiene 23 años. Al terminar la secundaria en un colegio privado bilingüe, se anotó en sociología. Casi todas las tardes pasa caminando por la esquina de Uriburu y Marcelo T. de Alvear. Está contenta por que hace poquito, consiguió trabajo.
Chicas y muchachos
Por los menos 50.000 jóvenes, recientemente ingresados al mercado laboral, viven una situación similar a la de Camila. Se dedican a recibir y realizar llamados telefónicos; trabajan en Call Centers, y su salario se encuentra en muchos casos debajo de la línea de la pobreza. Principalmente se trata de chicos y chicas de entre 20 y 30 años, que viven en Buenos Aires, Córdoba, Rosario o Salta y que provienen de familias de clase media. Muchos son bilingües, y todos tienen algún conocimiento en el manejo de computadoras.
En-red-ados
Los grandes Call Center, que suman cientos de empleados cada uno, funcionan bajo un sistema de control permanente, hacinamiento, presión psicológica, arbitrariedad por parte de los supervisores y tiempos rigurosamente controlados. Reciben llamadas de todo el territorio nacional y de países del primer mundo. Responden consultas, realizan encuestas o venden servicios y objetos, en muchos casos inútiles.
Muchos trabajadores padecen afecciones en la salud por las tareas desarrolladas: perdida parcial de la audición por los auriculares, o la vista por el monitor; tendinitis por el mouse; faringitis crónica, ataques de pánico y desmayos al escuchar un teléfono sonar, son algunos de los males detectados.
Menage a tríos
Las injusticias permiten una abigarrada trama de complicidades. Sin embargo aquí, como en todo el país, una tríada non sancta juega un papel protagónico: empresa – sindicato – gobierno.
Empresas
En los vagones del Ferrocarril Urquiza, en el subte, y en carteles en las calles, se pueden ver las propagandas en inglés de Teletech, una empresa trasnacional (global, gusta autodenominarse) de primera línea en materia de Call Centers. Chicas sonrientes ilustran los afiches que prometen "great pay" and "fun people" [paga genial y gente divertida]. La empresa opera en más de 20 países, tiene 49 mil empleados y en Argentina, busca personas "preactivas."
La propagación de los Call Centers de grandes grupos trasnacionales ocurre luego de la devaluación en 2002. La depreciación de la moneda reduce notoriamente el valor de los salarios medido en dólares. A las plataformas existentes para atender las llamadas de consultas de las empresas telefónicas y otras que operaban en el país, se suman a partir de ese momento, compañías extranjeras a las que les conviene que sus servicios telefónicos sean operados desde nuestro país.
De este modo, una empresa que debería pagar un sueldo de más de mil dólares en Estados Unidos deriva los llamados a un Call Center en Argentina, donde serán atendidos por un joven que cobra solo 300 por la misma tarea. Lo permite la existencia de gran cantidad de personas que saben inglés. Además, la tonada nacional es más fácil de neutralizar que la de otros países que ofrecen ventajas similares.
Sindicato
Los teleoperadores están enmarcados en el convenio de los empleados de comercio a pesar de que, por su labor, deberían ser telefónicos. ¿El motivo? Si lo fueran, ganarían más del doble. El encuadramiento tiene otra particularidad: no se contemplan las enfermedades laborales propias de las tareas que realizan. Además, la burocracia del sindicato de empleados de Comercio, encabezada por (el ¿ex? Menemista) Armando Cavalieri, es un interlocutor ideal para los empresarios por su docilidad y por su predisposición a sacrificar derechos laborales a cambio de algún ‘retorno.’
En Capital y el Gran Buenos Aires, si estos trabajadores fueran reencuadrados, pasarían al sindicato telefónico FOETRA. Se trata de un gremio con tradición de lucha y una dirección variopinta, donde las decisiones se toman por consenso. FOETRA realizó huelgas de gran magnitud a empresas tan poderosas como Telecom y Telefónica. Ni dirigentes sindicales de otras vertientes, ni empresarios, ni el propio gobierno están dispuestos a fortalecer un sindicato de estas características y sumar a sus filas a miles de jóvenes empleados.
Gobierno
Meses atrás, la página web de la Agencia Nacional de Desarrollo de Inversiones presentaba un curioso ejemplo de sinceridad gubernamental y pintaba con todos los trazos la política del gobierno para el sector. Allí, colgaba un documento ahora eliminado, dedicado a promover la inversión extranjera y titulado "Porque invertir en Call Centers en Argentina." El texto destaca insólitas virtudes, indecibles en cualquier discurso publico de un funcionario de primera línea. "La legislación laboral argentina establece un marco jurídico flexible (…). La ley establece un período de prueba de 3 meses, que se puede extender a 6 por convenio colectivo. Durante este período el empleado puede ser despedido sin indemnización alguna."
El texto continua destacando orgullosamente la baja remuneración de los trabajadores argentinos. "Los costos de la mano de obra son considerablemente menores respecto a otros países, con jornales aproximados a US$ 2,50 la hora en Córdoba y Rosario, comparado con US$ 3 en Buenos Aires, US$ 4,25 en Ciudad de México; US$ 5,25 en Costa Rica y US$ 5,60 en Chile." Efectivamente, el texto arguye que los argentinos pueden estar orgullosos de que no ofrecen cualquier cosa a cambio de bajos salarios sino una población con "altos estándares en lo que a nivel de calificación de su capital humano se refiere."
El texto continúa con otras revelaciones y destaca lo barato que los argentinos venden los recursos energéticos del país y la alta desocupación (que garantiza bajos salarios por un largo período). Todo esto tampoco alcanza para seducir ávidos empresarios globales. Hace falta más y hay provincias dispuestas a ofrecerlo. "En Córdoba se incentiva la radicación de empresas dedicadas a esta actividad mediante la reducción de impuestos provinciales. Santa Fe se dirige en el mismo sentido trabajando sobre un proyecto de ley que contemple la promoción de este Sector."
Para que no quede mito en pie, el documento desalienta también, a aquellos que se ilusionan con un renovado capitalismo nacional impulsado por una burguesía local: "Existe un núcleo importante de empresas de capital nacional con una larga trayectoria en el sector que pueden o bien asociarse o ser adquiridas por empresas extranjeras."
Tecnócratas doctorados, economistas neoliberales y sus pares neodesarrollistas, modernos gerentes de recursos humanos, ejecutivos globales y sindicalistas bien nacionales y muy populares, brindan juntos en una fiesta de complicidades. Sus billeteras están bien llenas, y a Camila, no le den las cuentas para irse a vivir sola. Por eso, sigue viviendo en la casa de sus papás.