Fuente: Programa de las Americas
Los estudiantes chilenos no sólo cuestionan la educación que reciben, por mercantil y elitista, porque reproduce y profundiza las desigualdades, sino que en los centros de estudios ocupados ponen en práctica la educación con la que sueñan y por la que llevan años luchando.
“Si los trabajadores pueden autogestionar una fábrica, nosotros podemos autogestionar el liceo”, dispara la sonrisa permanente de Cristóbal, 17 años, alumno del Liceo Luis Galecio Corvera A-90, en la comuna San Miguel de Santiago. El liceo fue ocupado al igual que otros 200 en la ciudad, pero el 26 de setiembre decidieron seguir el ejemplo de los trabajadores de Cerámicas Zanón, la fábrica de Neuquén (Argentina) que fue ocupada por sus obreros y puesta a funcionar hace ya diez años .
“En esos momentos las cosas estaban complicadas porque la ocupación se venía debilitando”, reflexiona Cristóbal. “Teníamos claro que no alcanzaba con criticar la educación que recibimos y que había que hacer otra cosa, pero no sabíamos por dónde. Hasta que nos enteramos que había una charla de los obreros de Zanón en la Universidad de Chile, fuimos a escucharlos y cuando volvimos empezamos la autogestión del liceo”.
Con la autogestión comenzaron a volver la mayor parte de los estudiantes, se sumaron una parte de los profesores y contaron con el apoyo entusiasta de muchos padres. “Cuando veo que mis hijos se levantan sin necesidad de despertarlos para venir al liceo, que vienen con entusiasmo, comprendí que estaban haciendo algo importante, que se resume en una educación diferente”, dice una madre en la cancha de baloncesto donde cae pesado el sol de noviembre.
Los trabajadores no docentes se ampararon en una resolución del sindicato que los autoriza a no ir a trabajar si no funciona la dirección del centro. “Los sindicatos no trabajan si no hay patrón”, ironiza Cristóbal provocando carcajadas en el patio. En pocos meses los estudiantes secundarios aprendieron más que en años de monótonas clases, toman la iniciativa en los estudios, proponen temas, acuden con puntualidad y se alegran de no tener que enfundarse el uniforme de “pingüino” que les impone el Estado.
El conflicto estudiantil fue un sacudón tremendo para la sociedad chilena. Nada volverá a ser como antes. Una realidad que reflejan incluso las encuestas. El diario La Nación formuló la pregunta “Qué fue lo mejor del año 2001?”. El 63% respondieron “la movilización ambiental y estudiantil”, frente a sólo el 17% que optaron por “la campaña de la U”, el equipo de fútbol Universidad de Chile que ganó la copa sudamericana a fines de noviembre. Apenas el 3% dijeron que lo más importante fue el Premio Cervantes otorgado al escritor Nicanor Parra .
Los más destacados intelectuales chilenos coinciden con la apreciación hecha por el director de Le Monde Diplomatique, Víctor Hugo de la Fuente: “Los estudiantes chilenos, en cinco meses de masivas movilizaciones, le cambiaron la cara al país” . El Manifiesto de Historiadores va incluso más lejos: sostiene que “estamos ante un movimiento de carácter revolucionario-antineoliberal”, que se está recuperando la política para la sociedad civil y re-anudando la “hebra rota de nuestra historia” interrumpida por el golpe de Estado en 1973 .
Una sociedad en movimiento
Desde las masivas movilizaciones de la década de 1980 contra la dictadura de Augusto Pinochet, Chile no conocía una oleada tan vasta de acciones colectivas. El año comenzó con una masiva y maciza resistencia en el sur, en torno a la ciudad de Punta Arenas, contra el aumento de los precios del gas. El movimiento fue tan fuerte que el gobierno debió negociar con la Asamblea Ciudadana de Magallanes y dar marcha atrás en los aumentos.
En mayo más de treinta mil personas se manifestaron en Santiago contra el proyecto Hidro Aysén que busca construir cinco mega represas en la Patagonia, con el apoyo tanto del gobierno como de la oposición, sin consultas a la población. Nunca antes una acción de carácter ambientalista había reunido tanta gente, lo que anunciaba que algo ya estaba cambiando.
Poco después hubo protestas de los damnificados por el terremoto de 2010, la mayor parte aún no tienen vivienda y pasaron su segundo invierno en condiciones de alta precariedad. La población destaca que las carreteras por donde circulan las mercancías fueron reparadas, pero no así las viviendas de los sectores populares.
Las acciones estudiantiles se iniciaron a fines de abril. El 30 de junio, 200 mil estudiantes marcharon por la Alameda. A partir de ese momento fueron decenas de marchas. “Un sentimiento de fiesta animaba a los jóvenes”, según el historiador Mario Garcés. No había banderas de partidos, ni consignas uniformes, pero sobre todo “no íbamos a ningún lugar sagrado del Estado”, ni al parlamento ni a la casa de gobierno como acostumbran hacer los sindicatos y partidos .
En las semanas siguientes los estudiantes, sobre todo los secundarios, se tomaron el canal de TV Chilevisión en protesta por la forma como los medios trataron las movilizaciones. También ocuparon sedes de partidos políticos, la ultraderechista UDI (oficialista) y la del opositor Partido Socialista.
El momento más importante fue el 4 de agosto. La represión policial fue muy fuerte y se detuvo a 874 estudiantes. La población de todo el país se solidarizó con masivos caceroleos y marchas espontáneas en las principales ciudades convirtiendo la jornada en una “protesta nacional” como las que hubo contra Pinochet. La popularidad del presidente Sebastián Piñera cayó al 22% a fines de setiembre .
Pero lo que más revela la profundidad del movimiento fue lo sucedido la noche del 4 de agosto en los barrios. Camila Silva, del colectivo de “pedagogía militante” Diatriba, vive en La Florida, un barrio de clase media baja. “En el primer caceroleo salimos con mi compañero y a la hora ya había cien personas. En el siguiente, los jóvenes del centro cultural sacaron las baterías y la guitarra eléctrica, vinieron las barras bravas con las banderas del Colo Colo y grupos con las banderas mapuche, algo que solo sucede cuando se gana en el fútbol” .
Camila destaca la alegría de la población, la espontánea organización de los vecinos, sobre todo de las mujeres. “Esa organización es como una comunidad y todo eso despierta la memoria. La gente gritaba “Y va a caer” que era lo mismo que se gritaba contra Pinochet en las protestas. Se bailaba hasta las dos o tres de la mañana, en cada esquina había un grupo, en todo el barrio, en muchos barrios de Santiago”.
“La izquierda creyó que la represión había conseguido destruir el vínculo social. En cierto momento esas relaciones se vuelven invisibles pero cuando sucede algo muy fuerte, resurgen porque hay una memoria latente y la gente se vuelve a ayudar. Con el terremoto sucedió algo parecido”, agrega Cristian Olivares, estudiante que integra el colectivo Diatriba .
Mujeres y hombres de poblaciones periféricas que no marchaban desde 1989, cuando “regresó” la democracia, volvieron a las calles y lo hicieren como suelen hacerlo los de más abajo: cantando, bailando, compartiendo bebida y haciendo que fiesta y protesta sean una misma cosa. En los hechos, es un vasto movimiento contra la desigualdad social, en un país que según el PNUD está entre los quince más desiguales del mundo.
Educación para la desigualdad
Desde las reformas neoliberales aplicadas por el régimen de Pinochet, la educación se convirtió en una mercancía. El 75% del sistema educativo es financiado por los aportes de los estudiantes y sus familias y sólo el 25% proviene del Estado. El 70% de los estudiantes deben endeudarse a través de créditos universitarios para poder completar sus estudios .
La educación está fuertemente segmentada. Según Garcés, hay una educación para ricos, otra para clases medias y otra para pobres. En el secundario, el 7% acuden a la privada que tiene un costo de 300 a 500 dólares mensuales. Los sectores medios asisten al sistema subvencionado o semiprivado que alberga al 50% de los estudiantes, pagan muy poco (desde 40 dólares mensuales) y el financiamiento es compartido con el Estado. Los más pobres, el 40%, acuden a la “municipal” que tiene muy pocos recursos .
El sector semiprivado está dominado por un conjunto de pequeños empresarios que lucran con las subvenciones estatales. Están autorizados a tener hasta 45 alumnos por aula, mientras los privados no pueden tener más de 35. El 40% de los que egresan de los colegios municipales o semiprivados no comprenden lo que leen y el 70% no alcanzan los puntajes para el ingreso a la universidad .
En la educación universitaria las diferencias sociales se traducen en endeudamiento ya que no existe acceso gratuito ni universal a la universidad. Además de las universidades estatales, que también son pagas, hay 60 privadas ya que el sistema fue desregulado durante la dictadura militar (1973-1980). El costo de las carreras oscila entre 150 dólares mensuales para las ciencias sociales y 1.200 para ingeniería o medicina. La única forma de poder estudiar es contratando un crédito en el sistema financiero, o sea endeudándose.
Frente a esta situación, los estudiantes secundarios proponen la reestatización de la educación y la nacionalización de las riquezas naturales para financiar la educación . Un antecedente es la empresa estatal de cobre, Codelco, que no fue privatizada por Pinochet y una parte de sus ingresos financian a las fuerzas armadas a través de la Ley Reservada del Cobre. No resulta extraño que el movimiento de los estudiantes-endeudados sea apoyado por las clases medias, incluso en los barrios acomodados de Santiago .
Autogestión liceal
A media hora del centro de Santiago, la comuna de San Miguel muestra todas las variedades de clases medias: desde las que viven en altos edificios al borde las avenidas hasta las que habitan vetustas casitas precarias. De lo que fue una de las mayores comunas de la ciudad, se fueron desgajando los barrios más pobres (como La Victoria) con la intención de trasmutarla en coto de clases medias. Sin embargo, sigue siendo un espacio plagado de contrastes sociales.
El colegio A-90 comenzó el año con 179 alumnos, pero tuvo una matrícula de cuatro mil una década atrás. Los alumnos fueron desertando hacia los liceos subvencionados que tienen fama de brindar una mejor educación, extremo que desmienten las evaluaciones. El alcalde socialista de la comuna, Julio Palestro, es uno de los mayores impulsores de la educación privada. En 2009 cerró la escuela pública que tenía dos mil alumnos.
Reunidos en asamblea en el gimnasio, los jóvenes explican que el colegio está ubicado en el puesto catorce en materia de “riesgo escolar”. Preguntados por el significado, se sonríen: “Se refieren al riesgo que tenemos de llegar a ser delincuentes”. La mayor parte de los padres trabajan por poco más del salario mínimo (180 mil pesos, unos 350 dólares), buena parte como obreros de la construcción.
Quizá por eso, la disciplina es la obsesión de las direcciones escolares. “Estábamos como encerrados, esto era prácticamente una cárcel”, dice Yergo, alumno de tercer año. Camilo, de segundo, se siente feliz sin uniforme: “Es como una doctrina militar, todos pelito cortito, corbatita, camisa adentro, no hagan esto, no hagan lo otro, y uno tiene que ser como es nomás expresarse libremente, si uno viene aquí a educarse no a militarizarse” .
“El centro de la autogestión es la asamblea”, explica Cristóbal. “Participan todos los alumnos y a veces es abierta a los profesores. Tenemos vigilancia y la comida se hace aquí con funcionarios voluntarios. Los profesores educan pero además son autoeducados por los alumnos. Al principio empezamos las clases curso por curso pero luego vimos que esa parcelación no es la forma real de aprender, y juntamos a todos los de cada materia. Unos le explican a otros y la educación se vuelve cooperativa. Eso cambia la forma de relacionarse con la materia y con el liceo”.
Así como los trabajadores de una fábrica recuperada modifican la organización del trabajo, los liceales autogestionados cambiaron las “mallas curriculares”. Los alumnos, dice Cristóbal, necesitábamos conocer nuestros derechos para lo que implementaron clases para el estudio de la Constitución. “Filosofía, por ejemplo, se presta para el análisis de las movilizaciones y lo que sucede en el mundo, y también en eso entra Lenguaje y ahí empezamos a ver que los alumnos trabajan mejor, con más interés”.
Juan Francisco, profesor de Filosofía, coincide con su alumno. “Todas las discusiones que ha abierto el movimiento requieren reflexionar sobre la estructura del poder en Chile”, por eso en sus clases analizan la Constitución. Para muchas actividades utilizan el formato de talleres ya que fomentan la participación. Las asambleas semanales fueron incorporadas a la currícula.
Las relaciones entre estudiantes y docentes tuvieron un vuelco mayor. Descongelada la distancia jerárquica, aparecen relaciones de compañerismo y cooperación. En las aulas se sientan en círculo, el docente es alguien que los ayuda pero no se coloca por encima. Eliana Lemus, profesora de biología, física y química, la decana del liceo, asegura que la disciplina es mucho mayor que antes, quizá porque no es impuesta ya que nace del deseo de estar juntos y compartir esta experiencia.
Uno de los hechos más notables es que el movimiento estudiantil está fomentando la organización social en los barrios. En el A-90 la asociación de padres (a los que llaman “apoderados”), apoya la ocupación y la autogestión. En San Miguel, al calor de los cacerolazos han impulsado la formación de “asambleas territoriales” donde acuden los vecinos para debatir los problemas del barrio pero también los problemas más generales como la educación. Dicen que se han formado en muchos barrios de Santiago y que acuden hasta 200 vecinos.
No todo ha sido positivo. Varios docentes aseguran que sus compañeros que no concuerdan con la toma de liceos y la autogestión los han amenazado y golpeado. El alcalde socialista, ferviente enemigo del movimiento, golpeó a Cristóbal Espinoza, alumno y vocero del liceo A-90.
Futuro de los sin futuro
El movimiento estudiantil de 2011 es el tercero que vive Chile en la última década. En el año 2000 los estudiantes secundarios salieron a las calles con demandas sobre el transporte en un movimiento que se denominó “mochilazo”. En 2006 se produjeron grandes manifestaciones y tomas de liceos, provocaron la renuncia del ministro de Educación y consiguieron que se modificara parcialmente la ley de educación.
La “revolución pinguina”, por el uniforme que utilizan, fue el primer movimiento exitoso en democracia. Fue tan masivo como renovador ya que las decisiones se tomaron en asambleas donde predominaba la horizontalidad, la deliberación y la participación directa. Para Mario Garcés, “el movimiento de los secundarios del 2006 fue cooptado y más bien atrapado en los pasillos de La Moneda (casa de gobierno) y en los intersticios institucionales” . La presidenta Michelle Bachelet creó una comisión expertos con escasa participación estudiantil que redactó una nueva ley que sin embargo no eliminó el lucro del sistema educativo.
En esta ocasión, el movimiento no es sólo estudiantil ni está focalizado en la educación, aunque esa es la excusa que lo convoca. Chile atraviesa una crisis de legitimidad de un sistema político heredero de la dictadura, que no puede atender las demandas sociales. Como apunta el Manifiesto de Historiadores, la sociedad vuelve a deliberar, cuestiona el verticalismo y la representación y pone en pie “formas de democracia directa y descentralizada”.
Esta “política en la calle” pasa por la apropiación del espacio público y muestra una “vocación de poder” que pone en cuestión la forma comos e procesó la transición a la democracia, una transición “enajenada a los movimientos sociales”, según Garcés. No sólo vuelven a las calles, sino que hacen política de otro modo, profundizando y extendiendo a nuevos sectores la cultura política desde abajo que mostró el movimiento en 2006.
Por último, las nuevas prácticas forman nuevas personas. Marcela Moya, profesora de inglés del A-90, destaca “la soltura que tienen los muchachos para hablar en público, la autodisciplina”. Una evolución personal que no es individual, sino colectiva y política, y que anticipa cambios más profundos que los visibles: “Este movimiento ha potenciado a individuos que yo sé que el día de mañana van a ser actores sociales comprometidos absolutamente porque ellos mismos se lo han impuesto” .
Recursos
Diatriba, revista de pedagogía militante, No. 1, noviembre de 2011.
Entrevistas a estudiantes del liceo A-90, Santiago, 30 de noviembre de 2011.
Entrevista al Colectivo Diatriba, Santiago, 30 1 de diciembre de 2011.
Mario Garcés, “El movimiento estudiantil y la crisis de legitimidad de la política chilena”, LOM, Santiago, julio de 2011.
“Otro Chile es posible”, Le Monde Diplomatique, Santiago, 2011.
“Trazas de utopía. La experiencia autogestionaria de cuatro liceos chilenos durante 2011”, OPECH/Colectivo Diatriba/Quimantú, Santiago, 2011.