(IPS) – A sus 87 años, Catalina Salvador siembra en su pequeña parcela calabazas, habas, frijoles y especialmente maíz. Esta campesina, que rechaza los transgénicos, fue una de las asistentes a la fiesta del grano típico de México, realizada en San Juan Ixtenco, en el estado de Tlaxcala.
“Apenas sembramos y vamos a recoger en septiembre, esperamos que la cosecha se dé. No queremos perder el maíz criollo; no queremos el transgénico pues es mejor el nuestro”, dijo Salvador a IPS en un aparte de la Segunda Fiesta del Maíz, “Ngo r’e dethä” en lengua ñahñú, realizada el domingo 1 en esta localidad ubicada 188 kilómetros al sur de la ciudad de México.
Decenas productores, académicos, activistas y público en general se hicieron presentes en la celebración, una de las 150 que tienen lugar en México cada año, para ensalzar las virtudes del grano, de fuerte carácter simbólico desde este país hasta Nicaragua.
Allí se expusieron todos los platillos que se preparan con maíz, desde las típicas tortillas hasta guisos regionales como el mole prieto, un caldo a base de una masa de este grano y salsa de “chile” (ají).
En la feria se vio un tejido de semillas blancas, amarillas, rojas y azules, que exhiben la diversidad del maíz de este país latinoamericano, que tiene al menos 75 razas, un tesoro genético incomparable en el mundo.
“La introducción de los transgénicos es una decisión tomada a altos niveles del gobierno nacional, independientemente de que demos al traste con el equilibro de la especie más importante para la humanidad”, se quejó ante IPS el investigador Alejandro Espinosa, del Programa de Maíz del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap).
“Es una decisión política”, afirmó este especialista que ha desarrollado más de 30 especies híbridas en el Inifap y más de 12 en la estatal Universidad Nacional Autónoma de México, consumidos por empresas pequeñas y para que se distribuyan en el plano local.
Espinosa asistió la semana pasada al Primer Simposio Nacional “Por México: hablemos de maíz”, que reunió a agricultores, académicos y a la industria biotecnológica, y que se caracterizó por un rechazo a los organismos genéticamente modificados (OGM).
En febrero, un grupo de científicos se reunió con el secretario (ministro) de Agricultura, Francisco Mayorga, para exponer la situación de los transgénicos, pero el gobierno no les ha hecho caso.
Esa cartera ha dado al menos 140 autorizaciones para el cultivo experimental de maíz modificado y tres para plantaciones piloto, la fase previa a la escala comercial. Además, hay proyectos similares de trigo y soja, en tanto que el algodón transgénico ya se siembra convencionalmente.
El espejo de otras latitudes en cuestión de OGM, como Estados Unidos o Europa, podría servirle a México, como se constata en una carta que 22 científicos estadounidenses enviaron a comienzos de marzo a Steven Bradbury, responsable de la Oficina de Programas de Pesticidas de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas inglesas).
En la misiva, esos expertos en plagas del maíz señalaron que el gusano de la raíz del grano (Diabrotica virgifera virgifera) se ha vuelto resistente al maíz Bt –llamado así por la bacteria Bacillus thuringiensis que contiene y que mata las larvas de esa plaga–, diseñado por la firma transnacional estadounidense Monsanto.
Preocupan “las implicaciones inmediatas de estas observaciones por la durabilidad de la toxina” y “los impactos potenciales a largo plazo sobre la producción de maíz”, se agrega en el documento de siete páginas.
Últimamente se sumaron evidencias científicas que cuestionan los beneficios de los transgénicos. En un artículo publicado el 15 de febrero en la revista Environmental Sciences Europe, seis investigadores concluyeron que la toxina del Bt mata a la Adalia bipunctata, un insecto coleóptero benéfico, conocido en México como catarina.
El estudio “A controversy re-visited: Is the coccinellid Adalia bipunctata adversely affected by Bt toxins?” (Una controversia revisada: ¿Perjudican las toxinas del Bt al coccinélido Adalia bipunctata?, dirigido por Angelika Hilbeck, ratifica datos ya publicados en 2009 y demuestra con pruebas de laboratorio que la toxina eleva la mortalidad de las larvas de la catarina, que sirve de control biológico para plagas de cultivos y jardines.
En México se producen anualmente unos 22 millones de toneladas de maíz sobre una superficie de 7,5 millones de hectáreas y se importan 10 millones de toneladas.
La vida productiva de María Solís, de 76 años, también se asienta en este cultivo en Ixtenco.
“Así nos criaron, y tenemos que mantener esa tradición. El mejor maíz para sembrar es el blanco, pero un año lo siembro y al siguiente uso de otro color”, contó a IPS esta campesina, quien en su terreno de unas tres hectáreas también planta haba y chilacayote, una especie de calabaza criolla.
En Ixtenco, que en lengua náhuatl significa “en la orilla”, los productores guardan semillas, las intercambian con otros agricultores y las venden en los mercados locales. Como en el resto del estado de Tlaxcala, considerado centro de origen del maíz, se preparan para vetar la presencia de semillas transgénicas.
De hecho, este poblado indígena representa la diversidad del grano en el país, pues aquí se plantan 18 variedades, dos de ellas endémicas, según identificaron Narciso Barrera, de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, y Cristina Sánchez, del Colegio de Tlaxcala.
En su trabajo de 2011 “La variabilidad de semillas de maíz nativo como expresión de la diversidad biocultural en Ixtenco, Tlaxcala”, concluyeron que esta riqueza se expresa en una alta variedad de semillas de maíz y de usos, como resultado de un complejo corpus de conocimiento, prácticas agrícolas y creencias cosmogónicas.
Los permisos otorgados a los transgénicos “no solo tienen una diversidad de ilegalidades, sino que pasan por alto compromisos y obligaciones de carácter internacional”, afirmó Lizy Peralta, del Grupo de Estudios Ambientales (GEA).
“Con base en ese derecho tendría que ser restringida la siembra transgénica, porque no se ha podido demostrar que no genera daños”, agregó a IPS.
“El maíz conlleva muchas connotaciones culturales y alimentarias que no se pueden ignorar. Mantiene una estructura social y comunitaria en los pueblos agricultores”, indicó Peralta, quien asistió también a la fiesta en Ixtenco.
La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad prepara un informe sobre aspectos biológicos, agronómicos, económicos, culturales, éticos y jurídicos sobre el maíz transgénico y planteará alternativas.
“Estaríamos encantados de hacer una investigación seria que nos permitiera dilucidar si hay o no un umbral de intolerancia”, tras el cual “los maíces nativos llegan a un nivel donde les sea imposible vivir. Pero la industria nunca va a estar interesada”, planteó Espinosa.