Entre el 17 y 20 de febrero se ha llevado a cabo en Tocoa (Bajo Aguán) el Encuentro de Derechos Humanos en Solidaridad con Honduras, organizado por el Observatorio Permanente de los Derechos Humanos en el Aguán y otras organizaciones. El objetivo ha sido dar voz a las víctimas de la violencia del gobierno, visibilizar la situación política del país y compartir experiencias buscando estrategias comúnes, a nivel nacional e internacional, para contrastar la represión.
Aunque Honduras haya obtenido la reincorporación en la OEA, con el consiguiente reconocimiento internacional del gobierno Lobo, el país es el más violento del mundo (20 asesinados díarios), y las violaciones a los derechos humanos son tan comunes como para preocupar hasta a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, órgano de la misma OEA.
Mirando a las últimas leyes aprobadas por el Congreso Nacional, es difícil de pensar que éstas puedan parar. Por ejemplo la Ley Antiterrorista, que criminaliza la protesta social con el pretexto de que “fondos para grupos subversivos entren como remesas o a través de ONG”, o la reciente ley sobre las intervenciones telefónicas. “Ya nos escuchan, pero están tan descarados que ahora sacan una ley”, ha comentado durante el encuentro Dina Meza de COFADEH (Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras).
Durante la cerimonia inaugural del encuentro, el ex presidente Zelaya ha vislumbrado la existencia de un plan gubernamental detrás de estas leyes: “Parecía que mi retorno iba a disminuir las violaciones a los derechos humanos, mientras que ha continuado en una forma vergonzante la represión contra el pueblo hondureño. ¿El incremento de estas violaciones corresponde a un incidente, al azar, o es un hecho premeditado? Yo creo que obedezca a leyes y decretos del mismo estado, que legitiman la impunidad que permanece desde el golpe. Cuando la impunidad es generalizada, ésta corresponde a un plan”.
El caso más evidente de la impunidad que reina en el país es el Bajo Aguán, sede del encuentro. Aquí la convergencia de los intereses del gran capital nacional, del narcotráfico y del neoliberismo exportador ha generado una situación de tensión y violencia que en sólo dos años ha cobrado la vida de 54 personas, todas integrantes de organizaciones campesinas de la zona. Una cifra impresionante también en el país más violento del mundo.
En los ’70, además de aprovar una reforma agraria que benefició a 60 mil familias campesinas con un total de 409 mil hectáreas, el gobierno hondureño promovió un programa de migración hacia zonas despobladas del Atlántico, sobre todo al Bajo Aguán. “En los ’80 este departamento fue llamado el granero de Centroamérica, de aquí salía la mayor parte de producción de grano básico. Luego vino una política de siembra de palma africana: cortaron los financiamientos a la siembra de granos para convencer a los campesinos a cultivar palma, destinada a la producción alimentaria y de agrocombustibles. Después, al principio de los ’90, el Fundo Monetario Internacional y el gobierno neoliberal hondureño inauguraron una política agraria que daba luz verde a los terratenientes para el acaparamiento de la tierra de los campesinos. Todo el mundo empezó a vender sus tierras bajo amenazas y chantaje, sobre todo a Miguel Facussé. Quienes se negaron fueron asesinados”, me ha contado Vitalino Álvarez, Secretario de las Relaciones Publicas del MUCA (Movimiento Unificado Campesino del Aguán).
Cuando descubrieron que las concesiones de los terratenientes duraban hasta el 2005, los campesinos se organizaron para recuperar sus tierras. En abril de 2010 el gobierno hondureño prometió la entrega de 11mil hectáreas de tierra a los campesinos del Bajo Aguán, la construcción de 500 casas y la prestación de servicios de educación y salud. Sin embargo, el acuerdo no se respetó y ha sido desatada la represión por parte de los sicarios de Miguel Facussé.
A pesar de la traición anterior, durante los días del Encuentro de Derechos Humanos en Solidaridad con Honduras, MUCA y MARCA (Movimiento Auténtico Reivendicador Campesino del Aguán) han firmado otro acuerdo con el Gobierno Lobo, que prevé la entrega de tierra a cambio de dinero y de la promesa que el aceite de palma será vendido a la empresa Hondupalma.
La semana siguiente, el presidente Porfirio Lobo viajó al Bajo Aguán, donde aseguró mejorar las condiciones de salud y educación, implementar un plan de vivienda y de infraestructuras, además de algunos proyectos sociales. Sin embargo, en ningún momento mencionó el tema de los derechos humanos o prometió castigo para los responsables de los delitos cometidos.
“Lobo es el presidente, pero los que mandan son los oligarcas”, relata Wendy Cruz de la Comisión de Mujeres de la Vía Campesina Centroamérica. La oligarquía hondureña, a la que pertenecen también las familias de Porfirio Lobo y de Manuel Zelaya, empezó a estructurarse a mediados del siglo XX cuando un puñado de judíos y palestinos migraron a Centroamérica, atraídos por la inversión de capital extranjero de las transnacionales mineras y bananeras.
“Ahora estas diez familias controlan industrias, bancos, medios, la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público, la Policía Nacional y el Gobierno”, recuerda Miriam Miranda, Presidenta de OFRANEH (Organización Fraternal Negra Hondureña).
Entre las familias más poderosas del país se encuentra la de Miguel Facussé que, entre los muchos negocios que controla, es dueña de buena parte de los cultivos de palma africana del país, por el 70% destinada a los mercados extranjeros. Miguel Facussé es el hombre que más está desatando la represión en los infinitos monocultivos del Bajo Aguán.
“Se adueñó de las tierras, de las playas y de los ríos, se adueñó de todos los recursos naturales del Bajo Aguán”, relata Vitalino Álvarez. Y no sólo del Bajo Aguán: en Zacate Grande, en la costa pacífica de Honduras, Facussé está intentando quitar la tierra a los campesinos para construir estructuras turísticas. “Facussé es la persona que llegó de la manera más vil”, cuenta Miguel Angel Vásquez de ADEPZA de Zacate Grande. “Entró a la comunidad en los ’70 comiendo y conviviendo con los campesinos, de forma que ellos se enamoraran de él. Luego empezó a bajar moral a las personas para convencerlas a vender sus tierras”.