Fredy Peccerelli, antropólogo forense guatemalteco, se para frente a la mesa, que mide algo más que él y está cubierta con un mantel azul.
Dos de sus colegas (un hombre y una mujer, ambos, como Fredy, con estricto delantal blanco y guantes de látex) llevan bolsas de papel marrón, de donde sacan huesos que colocan sobre la mesa, de acuerdo con el lugar que ocupan en un esqueleto.
Tras algunos minutos, la mesa con el mantel azul muestra un esqueleto humano, que Fredy observa sin inmutarse.
Camina alrededor de la mesa, lo estudia, levanta algunos de los huesos para verlos de cerca.
“Esta persona sufrió muchos golpes, pero no fueron para asesinarlo, son marcas de tortura”, dice.
Fredy es el director y fundador de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala y no le tiene miedo prácticamente a nada.
Habla desde su laboratorio en la ciudad de Guatemala, uno de los únicos en América Latina acreditados para hacer estudios genéticos con el fin de identificar restos de personas que fueron victimas de desapariciones o masacres que tuvieron lugar durante el conflicto armado que sacudió al país centroamericano entre 1960 y 1996.
La organización, fundada en 1997, ya ha excavado 1.450 fosas, descubierto los restos de 6.500 víctimas y testificado en algunos de los procesos judiciales que están teniendo lugar en Guatemala.
Huesos que hablan
Los peritos de la fundación organizan el trabajo en varias etapas.
Primero, el contacto con los familiares de las víctimas para armar un perfil de los hechos que se conocen (dónde la persona fue vista por última vez, por ejemplo) y biológico (el sexo, la edad, estatura y otras características físicas particulares).
La información que se documenta se cruza luego con los hallazgos de los antropólogos forenses –quienes buscan, excavan y recuperan restos humanos–.
En algunos casos, los restos se encuentran en las mismas comunidades. En otros, están en los cementerios, enterrados como “NN”, en fosas comunes en destacamentos militares o en otros lugares.
“Los arqueólogos forenses son expertos en encontrar los cuerpos. Mi profesor de arqueología forense me decía: ‘Fredy, si quieres dejar una marca en este mundo haz un hoyo porque la tierra se ha tardado millones de años para compactarse a como está y cuando hacemos un hoyo no hay absolutamente nada que podamos hacer para compactarla de la misma manera y de volver a separarla con los mismos estratos’.”, explica Fredy.
Cuando se recuperan los restos, el trabajo se lleva al laboratorio, donde equipos de expertos analizan cada hueso, enfocándose en los traumas que presentan, buscando marcas de balas, golpes y fracturas para determinar si la muerte fue natural o causada por un abuso.
Luego se extraen muestras genéticas de los restos y se las cruza con la base de datos de aquellas personas que tienen parentesco con la víctima.
El éxito es encontrar una coincidencia.
Por último, llega el momento de informar a la familia. Avisarle a un padre, madre, hermano e hijo que esos huesos son de su familiar y que es lo único que queda.
“En marzo de este año, fui a ver a la hermana de Hugo Navarro (un activista social desaparecido en 1984) y le dije: ‘Señora, encontramos a su hermano, tenemos el cuerpo’. Yo de cierta manera estaba muy cómodo con toda la información que le estaba dando y ella se voltea y me dice ‘Gracias, ¿y mi hijo? Él también es un desaparecido; ¿a él no lo han encontrado?’. Me deshizo. Yo pensaba que habíamos logrado algo grandioso, y que tal vez lo fue, pero no lo es todo.”
De Brooklyn a la selva de Guatemala
Fredy descubrió la antropología forense casi por casualidad.
Su familia se mudó a la zona neoyorquina de Brooklyn en noviembre de 1980, escapando de las amenazas que su padre –capitán del equipo de levantamiento de pesas que representó a Guatemala en las olimpiadas de Moscú de 1980 y activista estudiantil– había recibido por su supuesta simpatía con el comunismo.
Fredy dice que creció en un vacío, con poco interés en Guatemala, el país que los había obligado a irse. Unos años más tarde ingresó en la City University y conoció a los antropólogos forenses Karen Ramey Burns y Clyde Snow, quienes le ofrecieron la oportunidad de volver a su país y unirse a un nuevo equipo de antropólogos forenses que comenzaban a buscar los restos de las víctimas de masacres y a miles de desaparecidos.
Dos meses más tarde, en 1995, y con el conflicto armado guatemalteco todavía en pleno desarrollo, Fredy –que tenía apenas 24 años– se unió a un grupo de antropólogos forenses que viajaban al poblado de Cuarto Pueblo, en el Ixcán, en la frontera con México, donde la tarea era excavar hasta encontrar los restos de 424 pobladores que habían sido asesinados por los militares.
“Los guías nos advertían que no debíamos salirnos del camino porque el área estaba minada. Entonces yo pensaba en qué me había metido. Directo desde Brooklyn a caer a la jungla. Pero lo más fuerte fue entrevistar a 50 familias y escuchar realmente lo que ellos vieron y cómo lo vivieron; eso me destrozó.”
“En ese poste que esta ahí, ahí agarraban a los niños de las manos y de los pies y les estrellaban las cabezas contra el poste, ahí los mataban”, le decían, mientras del otro lado del pueblo se escuchaban los tiros de un conflicto que llevaría varios meses más para finalizar.
6.060 años
Fredy advierte contra quienes se refieren a los crímenes que él investiga como “crímenes del pasado”.
“Una persona víctima de desaparición forzada sigue siendo desaparecida hasta el día que aparece” ,dice.
De las 400 investigaciones que la Fundación llevó adelante y tras haber encontrado los restos de 3.000 personas, solo han visto tres casos ir a juicio.
Pero, como Fredy aclara, cada uno de ellos ha sido un evento histórico en un país donde hasta el actual presidente está cuestionado por su rol en abusos cuando era miembro de los Kaibiles, una unidad especial del ejército guatemalteco.
En agosto de 2011, un equipo de antropólogos forenses, entre los que estuvo Fredy, prestó testimonio en el juicio contra cuatro soldados por su rol en la masacre de 250 personas en el poblado norteño de Dos Erres en 1982. Cada uno fue condenado a más de 6.000 años de cárcel (30 años por el asesinato de cada una de las 201 víctimas identificadas en el juicio y unos 30 años adicionales por crímenes contra la humanidad).
Pero Fredy tuvo que pagar un precio por su participación en aquel juicio.
Cuatro días después de la sentencia, el 8 de agosto de 2011, recibió una nota que leía: “Hijos de puta. Nos van a pagar de a poco por cada uno de los 6.050 años que nuestra gente va a sufrir por ustedes, ahora no vamos a mirarte simplemente, te vamos a dejar abollado como al resto”.
Desde entonces Fredy raramente esta sólo. Cuatro policías uniformados custodian su oficina y laboratorio. Dos viajan con él en un carro blindado y dos acompañan a su esposa y dos hijos pequeños de manera permanente.
Numerosas organizaciones de derechos humanos, entre ellas Amnistía Internacional, contactaron al gobierno guatemalteco para exigir que investigara las amenazas y garantizara la seguridad de Fredy y otros activistas.
“Entiendo que las amenazas se pueden tomar como una señal de éxito porque las personas que están haciendo estas cosas sienten que la justicia los alcanza y quieren ver cómo parar ese proceso. Pero este proceso no lo pueden parar haciéndome nada a mí o a la institución; este es un proceso de las familias, de la justicia guatemalteca. Es un proceso que tiene 20 años de comenzado. Una amenaza no va a parar ese proceso.”
¿Pero qué te alienta para seguir?
“Cuando nos sentamos a contarle a una familia que hemos encontrado a su ser querido, no hay manera de describir cómo eso se siente y lo que eso hace. El otro día hablaba con la esposa de un activista desaparecido cuyos restos encontramos en noviembre. De esa fecha hacia acá es otra persona, se le ve otra cara, se ve más joven, el peso en los ojos ya no lo tiene, es un cambio de vida. El saber qué es lo que pasó, el recuperar el cuerpo, unió a la familia.”
“Yo no trato de salvar a nadie, trato de contar la historia a través de la ciencia, a través de los restos, a través de las balas, de la evidencia; tratamos de ser intérpretes de esa crueldad que fue ejercida sobre esas personas”, dice Fredy desde su laboratorio, donde los huesos hablan.