El camino boliviano hacia el socialismo

Fuente: Red Pepper
 
Es probable que en el futuro inmediato, la política en el Reino Unido y los Estados Unidos esté dominada por los recortes masivos en la prestación de servicios públicos. Las intensas manifestaciones que tuvieron lugar en Grecia pueden ser un presagio de la protesta popular que se avecina. Manifestaciones como esas habrían sido moneda corriente en Bolivia, donde en los primeros años del actual siglo, un levantamiento popular sostenido logró derrocar a un régimen neoliberal aborrecido e instalar un gobierno progresista y radical encabezado por el MAS (Movimiento hacia el Socialismo), con Evo Morales a la cabeza. ¿Podemos aprender de Bolivia sobre la resistencia al programa neoliberal y la construcción de una alternativa? La respuesta es: definitivamente, sí. Pero eso implica comprender qué ha estado sucediendo en ese país.
Se debate mucho en la izquierda boliviana si el gobierno del MAS se dirige hacia un socialismo o si las luchas revolucionarias de los movimientos sociales y los sindicatos que llevaron al partido al poder en 2005 están dando lugar a una política electoralista y parlamentaria, y a un adaptación al neoliberalismo. En particular, la experiencia boliviana plantea interrogantes sobre el estado como campo de lucha. ¿Es esencial para impulsar el cambio radical asumir el poder dentro del Estado, como ha hecho el MAS? ¿O, como algunos sostienen, la hostilidad al cambio es tan inherente al aparato estatal que una estrategia de ese tipo está condenada a fracasar, y el mundo puede y debe cambiarse sin asumir el “poder”?
Derrocar a los neoliberales
A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, Bolivia fue un banco de pruebas para el programa neoliberal, que enriqueció a la elite gobernante pero marginalizó y empobreció al grueso de la población. En 2003, sin embargo, el gobierno neoliberal fue derrocado como consecuencia de una campaña de resistencia popular continua y, en 2005, el MAS de Evo Morales resultó electo; entonces, se comprometió con políticas que incluyeron el restablecimiento del control boliviano de los recursos naturales y la redacción de una nueva constitución que otorgó poder a la mayoría indígena, y se propuso poner fin a siglos de dominio de la elite política blanca/mestiza.
Antes de este periodo, y aquí hay claros paralelos con el impasse político en el Reino Unido, la política en Bolivia estaba dominada por partidos de elite con escaso apoyo en los movimientos de base. Divisiones entre organizaciones sindicales y comunitarias, movimientos urbanos y rurales, y las poblaciones indígenas y no indígenas habían retrasado el desarrollo de alianzas eficaces de oposición a la elite gobernante. Por el contrario, la victoria electoral de 2005 representó a un movimiento de base, organizado desde abajo y coordinado a nivel nacional por el MAS, un nuevo partido político encabezado por Morales, quien antes fuera líder del movimiento cocalero.
El MAS en el poder
El MAS ha estado en el poder apenas desde 2005 pero ya ha conseguido avances en una serie de frentes:
Una asamblea constituyente especialmente convocada ha redactado una nueva constitución, que se ratificó luego en un referéndum nacional. Consagra, en principio, una cantidad de derechos y garantías destinados en especial a la mayoría indígena, aunque no exclusivamente a ésta.
El sector de los hidrocarburos (petróleo y gas) no ha sido nacionalizado pero la participación del Estado boliviano en las ganancias generadas por el sector ha aumentado del 27 por ciento al 65-77 por ciento.
Se ha dado un primer paso en la redistribución de la tierra y la implementación de políticas sociales redistributivas y programas de infraestructura económicos y sociales, tales como el transporte.
Al mismo tiempo, como miembro del grupo ALBA de Estados radicales de América Latina, Bolivia está comenzando a construir alternativas internacionales a instituciones neoliberales como el Banco Mundial y el FMI.
En el último tiempo, Bolivia fue sede de la conferencia mundial de los pueblos sobre cambio climático, realizada en Cochabamba, que ha formado una alianza radical para combatir el calentamiento global tras el fracaso de la conferencia del clima en Copenhague.
No es sorprendente que estas políticas hayan sido blanco de críticas por parte de la derecha. Pero también ha habido un debate activo en la izquierda, con apreciaciones contrastantes de los logros y limitaciones del gobierno del MAS. Por un lado, está la postura del gobierno y sus seguidores, ejemplificada en Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, intelectual marxista y ex activista; por el otro, hay una serie de críticos de izquierda, tanto en otros países como en Bolivia, e incluso dentro del propio partido.
Para García Linera, el MAS ha podido construir un bloque popular capaz de mantener un nuevo consenso constitucional para “refundar” el Estado. Según su análisis, el MAS ha desplegado una “estrategia envolvente” contra la oposición de derecha, en especial en las provincias ricas del este, utilizando el apoyo masivo de los sindicatos y un amplio espectro de movimientos sociales y, cuando ha sido necesario, los mecanismos coercitivos del Estado. Se han hecho importantes concesiones a la oposición para fragmentarla y marginalizarla.
La derrota de la derecha estuvo marcada por el referéndum revocatorio presidencial de 2008, en el que Morales aumentó sus votos de 54 a 67 por ciento, lo que le otorgó la legitimidad democrática para reconstruir el Estado y otros elementos del programa del MAS. En diciembre de 2009, Morales volvió a obtener una victoria decisiva en las elecciones presidenciales, con un 63 por ciento de los votos. Bolivia demuestra que los gobiernos pueden ser radicales y mucho más populares que cualquiera de que se tenga memoria en el Reino Unido.
 
Para García Linera, las primeras medidas que tomó el MAS una vez en el gobierno estuvieron definidas por la necesidad fundamental de priorizar la “descolonización”. Las decisiones políticas ya no se toman respondiendo a la embajada de los Estados Unidos, el FMI ni el Banco Mundial, y las rentas incrementadas provenientes del petróleo y el gas son la base material de la soberanía económica. El gobierno también señaló su apoyo a la economía campesina afirmando que su lógica de producción comunal representa un uso sustentable de la naturaleza, “opuesto a los procesos de depredación propia de la civilización del valor-ganancia”. En el ámbito cultural, se está revirtiendo la larga historia de colonialismo. Primero, a través de la elección de un presidente indígena, y ahora, a través de la construcción de un Estado plurinacional que refleja por primera vez los intereses de la mayoría indígena.
Críticos del MAS
Sin embargo, para los críticos, el desempeño del MAS ha sido decepcionante. Sostienen que el periodo de insurrección de 2000 a 2005 fue una época revolucionaria en la que la movilización masiva desde abajo y la crisis del Estado desde arriba generaron oportunidades para un cambio transformador fundamental para el Estado y la sociedad, pero en el periodo posterior a 2005 se ha visto el retroceso de esas posibilidades. Los críticos plantean, en particular, que el foco de las políticas populares se ha desplazado de las calles al ámbito electoral, y las medidas del gobierno del MAS han amortiguado la posibilidad de una revolución socialista. Dicen que el gobierno del MAS ha demostrado ser de naturaleza moderadamente reformista y que ha habido una relativa disminución en la autoorganización y las actividades de la clase trabajadora y las organizaciones indígenas tras la victoria de Morales.
En este sentido, una de las pruebas de fuego tiene que ver con la exigencia de los movimientos sociales planteada durante el periodo de lucha contra el régimen neoliberal para implementar una asamblea constituyente que transforme la economía, el Estado y la sociedad. Para la izquierda crítica del gobierno, en lugar de promover la participación orgánica de las principales organizaciones de movimientos sociales en la formación y ejecución de la asamblea, el organismo que se constituyó fue controlado con firmeza por el gobierno del MAS, de manera que impidió los procesos y resultados genuinamente revolucionarios y participativos. Según estos críticos, la liberación indígena se disoció del proyecto de transformación revolucionaria socialista, y, en efecto, ha habido en las políticas implementadas una significativa continuidad con el régimen neoliberal anterior. Si bien el ingreso fiscal proveniente del sector de los hidrocarburos aumentó visiblemente, por ejemplo, el MAS ha quedado bastante lejos de la nacionalización. Algunos críticos concluyen que Morales y su gobierno no están interesados en desafiar al capitalismo, sino en reintroducir en la esfera económica un modelo capitalista de desarrollo dirigido por el Estado, y pluralizar el gobierno y la sociedad civil en el nivel político.
Otra cuestión polémica es el desarrollo de las relaciones entre el MAS, el gobierno y los movimientos sociales. Para algunos, el MAS está siendo absorbido por el gobierno, y ha sucedido que muchos líderes de movimientos sociales fueron cooptados por la administración gubernamental, en especial en el nivel local, lo que posibilita el debilitamiento de sus organizaciones y la subordinación de éstas al Estado. Otros, sin embargo, señalan que, aunque la mayoría de los líderes de movimientos sociales siguen apoyando en líneas generales al gobierno del MAS, esto no les impide criticarlo en una serie de aspectos puntuales. Muchos líderes de movimientos sociales se ubican a la izquierda del MAS, lo que implica que los movimientos sociales aún demuestran su capacidad de presionar al gobierno del MAS.
La propia retórica incoherente del MAS también ha empañado algunos temas importantes. García Linera (y el mismo Morales) hablaban, al comienzo, en términos de un “capitalismo andino” en el que “Bolivia seguirá siendo capitalista durante los próximos 100 años”. No obstante, a medida que el gobierno ganó seguridad, a medida que el clima internacional se ha volcado a su favor debido a la crisis financiera mundial y la recesión, y con el aporte de una mayor reafirmación del grupo radical de Estados latinoamericanos de izquierda, el gobierno utiliza con más frecuencia el lenguaje del anticapitalismo y el “socialismo comunitario”.
¿Qué hubiera sucedido si…?
Juzgar las cuestiones anteriores es inevitablemente difícil, y en especial, hacerlo desde el otro lado del mundo, pero es pertinente preguntar: ¿Qué hubiera sucedido si…? ¿Qué hubiera sucedido si el gobierno hubiese enfrentado a la derecha en lugar de ceder? ¿Cuáles habrían sido las posibilidades de que ello llevara a un conflicto interno grave, incluso a una guerra civil o golpe de Estado (como en el Chile de Allende), con la potencial intervención y pérdida de las provincias del este, sus hidrocarburos y su redituable agricultura?
¿Qué hubiera sucedido si el MAS hubiese impulsado un programa socialista más explícito, como la plena nacionalización de los hidrocarburos o la total redistribución de la tierra? ¿Esto habría fortalecido el apoyo popular en el país, como sugiere la izquierda?, ¿o habría resultado en una presión externa mayor, además de la oposición interna, con un posible desbaratamiento del gobierno? Es importante preguntarse, a la luz de las experiencias problemáticas de otros gobiernos revolucionarios, si el gobierno hubiera podido administrar con eficacia las industrias nacionalizadas y garantizar la productividad de las tierras redistribuidas.
Por supuesto, no hay respuesta definitiva para tales preguntas. Pero, al menos, deberían hacer que nos detengamos antes de criticar con demasiada severidad al gobierno del MAS.
El Estado

Las diferencias de percepción como las que se acaban de analizar presentan interrogantes fundamentales sobre las estrategias de la izquierda, no sólo para Bolivia, sino para los movimientos progresistas en todo el mundo, incluso en el Reino Unido. En Bolivia, el MAS ha pasado de ser oposición para convertirse en gobierno, usando el poder del Estado para promover sus proyectos y, al mismo tiempo, mantener su base en los movimientos sociales y la sociedad civil.
Para algunos representantes de la izquierda, como John Holloway, cuyo último libro, Crack Capitalism, fue reseñado en la entrega anterior de Red Pepper, cualquier intento de utilizar el Estado capitalista con fines radicales está condenado al fracaso. Los marxistas han sostenido por mucho tiempo que el Estado no es un instrumento neutral, sino un elemento integral del capitalismo, que lidia con los problemas económicos (como la crisis bancaria) en nombre del capital y canaliza la oposición en formas fáciles de manejar, compatibles con las relaciones sociales capitalistas.
Una crítica radical del Estado es clave como continuo recordatorio de la necesidad de ser cautos y escépticos sobre las declaraciones de los gobiernos. No hay que olvidarla, por ejemplo, cuando el MAS afirma con exageración haber nacionalizado los hidrocarburos. Y aun así, como elemento integral del capitalismo, y al igual que éste, el Estado está rodeado de contradicciones. Es posible que sea un ámbito en el que las contradicciones del capitalismo pueden manejarse pero es también uno en el que los activistas “dentro del Estado y fuera de él” pueden combatir al capital, como sostiene Hilary Wainwright en su libro Reclaim the State: Experiments in Popular Democracy (Reclamar el Estado: experimentos de la democracia popular). Así, durante el período revolucionario en Bolivia, los movimientos sociales radicales pudieron ocupar estructuras estatales de nivel local que habían sido creadas por el régimen neoliberal en un intento por consolidar su posición, y usarlas, en cambio, como bases institucionales para llevar a cabo la movilización que volteó al régimen neoliberal y colocó al MAS en el poder.
Sin embargo, trabajar como oposición dentro del Estado capitalista y contra él de este modo se diferencia de la estrategia del MAS, que buscó obtener poder estatal a través del proceso electoral representativo y democrático, y luego intentó utilizar al Estado para promover el proceso revolucionario. Temas como el cuestionado proceso de organización de la asamblea constituyente muestran con agudeza el peligro de que el Estado subordine a las organizaciones comunitarias de base y las sustituya; aunque los defensores del gobierno boliviano afirmarían que el manejo de la asamblea por parte del MAS fue necesario para asegurar que la nueva constitución se abriera paso ante la cruda oposición.
También es cierto que desde que el MAS está en el gobierno no ha atacado de frente al capital (ya sea éste industrial, como los hidrocarburos, o agrícola), apenas ha aumentado la participación estatal en la renta proveniente de los hidrocarburos y ha expropiado algunos latifundios extensos que no se estaban utilizando productivamente. En lugar de ello, lo que propone la nueva constitución es una economía plural que posea distintos espacios económicos: fortalecimiento de la economía comunal indígena, asistencia a la economía cooperativa, promoción de la economía de Estado y garantía de la economía privada.
Este tipo de “arreglo” puede verse de dos maneras. Para los críticos de izquierda, asegura la posición de las empresas capitalistas al tiempo que desperdicia la oportunidad de alejarse de manera más radical del capitalismo. Para algunos, como García Linera, ofrece posibilidades de tener una economía orientada en mayor parte hacia el uso y la necesidad social, en lugar de priorizar las ganancias. Intenta trazar un camino de transición alejado del capitalismo, que se nutre de prácticas indígenas y de una consciencia de sustentabilidad ambiental, y comprende las dificultades de una transición más rápida. Esas dificultades incluyen no sólo hasta qué punto la opinión popular en Bolivia es, en la actualidad, anticapitalista o sólo opositora del neoliberalismo y las multinacionales con base en el exterior, sino también cuál es la capacidad del Estado o los movimientos populares de administrar con eficacia una economía socializada.
Transnacional, nacional, local
Una de las razones por las que, con frecuencia, ha sido difícil para los gobiernos radicales utilizar el Estado contra el capital y el neoliberalismo ha sido la relación de poder cada vez más asimétrica entre un capitalismo globalizado y el alcance limitado del Estado nación. En este sentido, Bolivia es un caso interesante por el modo en que “el Estado” opera cada vez más en una compleja intersección de instituciones y prácticas estatales locales, nacionales y transnacionales.
Primero, los espacios estatales locales han tenido una importancia crucial. En los 90, las instituciones locales creadas por el régimen neoliberal fueron colonizadas por movimientos sociales opositores, y transformadas en bases organizativas de oposición. Hoy el MAS está comenzando a implementar un aspecto descolonizador clave de la nueva constitución, pues permite a las municipalidades votar para incorporar formas indígenas tradicionales de autogobierno en el nivel local, de modo que las instituciones de la población indígena que tradicionalmente proveían administración autónoma local en ausencia del Estado nacional (capitalista y racista), o en oposición a él, ahora sean reconocidas dentro del Estado refundado.
Segundo, en los últimos años, Bolivia ha tenido una participación activa como miembro del grupo de países latinoamericanos que conforman el ALBA (que también incluye a Venezuela, Cuba y Ecuador) en la creación de estructuras supranacionales, cuasi estatales, para la cooperación comercial y económica. Estas son alternativas a las instituciones neoliberales globales como el Banco Mundial y el FMI; además, el ALBA, ayudado por la crisis financiera y la recesión, y reconociendo la crisis ecológica, promueve un mensaje anticapitalista de solidaridad, diversidad cultural y justicia social.
Aprender de Bolivia
En el periodo que comenzó en el año 2000, Bolivia ha derrocado con éxito a un régimen neoliberal y ha comenzado a construir nuevas instituciones con nuevas políticas, en especial, un Estado refundado que se encuentra menos alienado del grueso de la población que el Estado neoliberal capitalista. Es claro que este es aún un proyecto en construcción, pero plantea la cuestión más general, y de importancia más allá de Bolivia, sobre la posibilidad y el modo de dar nueva forma al Estado capitalista, como parte de la construcción de ese “otro mundo” tan importante. ¿Cómo sería ese tipo de Estado? ¿Cómo funcionaría? La nueva constitución boliviana, junto con iniciativas radicales en América Latina (desde las estructuras estatales de nivel local de los zapatistas en Chiapas, México, hasta los consejos comunales en Venezuela) pueden ayudarnos a llevar esas preguntas un paso más allá.
La experiencia boliviana muestra la importancia de vincular la acción estatal local, nacional y supranacional, aunque encontrar el modo de hacerlo con eficacia es todavía una obra inconclusa. Además, y sobre todas las cosas, una refundación radical del Estado debe encarnar una dialéctica activa entre éste y los movimientos sociales. En Bolivia, el periodo en el que los movimientos sociales encabezaban el proceso revolucionario dio lugar a otro en que el liderazgo lo asumió el MAS, que ha pasado a tener poder en el aparato estatal. Debemos tener esperanza en una alternancia continua entre estos dos “momentos”.
Para que eso suceda, será fundamental que la izquierda y los movimientos indígenas continúen movilizándose de manera activa y estratégica; de lo cual ya hay signos visibles. Las elecciones regionales y locales en Bolivia, en abril del año pasado, se destacaron por la elección de activistas de izquierda opositores del MAS. El pasado mes de diciembre, han surgido desafíos importantes para el gobierno, en especial en la ciudad de Potosí (ubicada en la parte más pobre del país), aunque no sólo allí. Movilizaciones masivas generalizadas han exigido al gobierno que haga mucho más para combatir la pobreza e inequidad, y convertir la retórica anticapitalista y antineoliberal en realidad. También se escuchan críticas enérgicas contra una burocracia estatal que a menudo parece socavar, en lugar de implementar, los elementos más radicales de la política gubernamental.
Esos desafíos, por muy incómodos que puedan resultarle al gobierno, deben ser la confirmación de que el impulso radical en Bolivia no ha llegado a su fin, sino que tiene intenciones de construir sobre la base de los importantes logros obtenidos.
¿Qué puede significar para nosotros, en el Reino Unido, la experiencia reciente de Bolivia? Queda claro que el contexto es distinto pero, en momentos en que aquí la crisis financiera y la recesión no parecen haber hecho tambalear al poder neoliberal, Bolivia nos recuerda que los regímenes neoliberales realmente pueden derrocarse. Hay una alternativa.
En el caso boliviano, fue necesario el rechazo a la política partidaria de elite, una alianza radical entre los sindicatos y los movimientos sociales, y acciones masivas continuas en las calles. Luego, se necesitó la capacidad del MAS para mantener la cohesión dentro de esa amplia alianza, fundamental para obtener poder y comenzar a diseñar e implementar un movimiento hacia el socialismo. ¿Podrá ser posible que en Europa, e incluimos al Reino Unido, tales perspectivas revolucionarias lleguen a ser en los próximos años más atractivas a la luz de la recesión y los feroces recortes del gasto público?
Mike Geddes es profesor honorario en la Universidad de Warwick. Para mayor información sobre los sucesos en Bolivia, y varias entrevistas a García Linera, ver: http://boliviarising.blogspot.com