Fuente: Foreign Policy in Focus
Con su grito de batalla de 1994, “¡Ya basta!”, el levantamiento zapatista de México se convirtió en la punta de lanza de dos movimientos convergentes: el movimiento mexicano por los derechos de los indígenas y el movimiento internacional contra la globalización corporativa.
Salto al 2010: los movimientos por los derechos de los indígenas y contra la globalización corporativa convergieron nuevamente en el movimiento por la justicia climática, esta vez en escala mundial. Tras el reconocido fracaso de las negociaciones en la cumbre climática de Copenhague de diciembre último, la mayor manifestación de estos movimientos convergentes se llevó a cabo el pasado abril en la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, celebrada en Cochabamba, Bolivia.
Si bien fuerzas políticas han conspirado para que los zapatistas sean en gran parte invisibles, tanto dentro de México como internacionalmente, su desafío siempre ha sido proponer un paradigma de desarrollo que sea justo y autosustentable. Parece justo, entonces, considerar si el Zapatismo puede arrojar luz sobre el enredo político en torno de la crisis climática. ¿Pueden las adivinanzas poéticas del vocero zapatista, el Subcomandante Marcos, servir de señales en el duro camino hacia soluciones climáticas justas?
Un no y muchos sí
Poco tiempo después de que los zapatistas hicieran su aparición ante el mundo en 1994 como una insurgencia armada, abandonaron las armas y revelaron que junto con su “Un NO” —el rechazo a la autoridad impuesta, ya sea por parte del gobierno mexicano o de las instituciones globales que determinan las políticas de comercio, inversión, desarrollo y seguridad— defendían “Muchos sí”. “Sí”, para los zapatistas, significaba el desarrollo cuidadoso, consciente y meticuloso de formas alternativas de gobernabilidad y utilización de recursos: escuelas plurilingües, clínicas comunitarias, bancos de semillas, agricultura sustentable, sistema de agua y condiciones básicas de sanidad accesibles, y, sobre todo, experimentos organizados de democracia directa.
Cuando 30.000 miembros de la sociedad civil provenientes de 140 países, entre ellos 56 delegaciones de gobiernos, se reunieron en Cochabamba en abril, afirmaron claramente y con convicción que la crisis climática, con las correspondientes consecuencias de sequía, inundaciones, pérdida de cosechas, aumento de la carga de enfermedad, desplazamiento e inestabilidad generalizada, tiene una causa fundamental. En las palabras del Acuerdo de los pueblos forjado en Cochabamba, “Las corporaciones y los gobiernos de los países denominados “más desarrollados”, en complicidad con un segmento de la comunidad científica, nos ponen a discutir el cambio climático como un problema reducido a la elevación de la temperatura sin cuestionar la causa, que es el sistema capitalista”.
Cualquier solución climática que tengamos en cuenta, dicen los movimientos sociales del Sur, debe originarse en la aceptación de límites sociales y ecológicos al crecimiento. El reconocimiento de esos límites es lo que los zapatistas llamarían “el No”.
Mientras que los muchos “sí” toman la forma de las mejores exigencias del movimiento por la justicia climática: fortalecer las economías locales, practicar la agricultura ecológica y la gobernabilidad basada en los derechos; reducir drásticamente el consumo y los desechos por parte de los países del Norte y las elites del Sur para mejorar la calidad de vida de miles de millones de marginados y explotados; proteger los bosques, la biodiversidad, la cultura y a quienes, a nuestro alrededor, son más vulnerables; invertir en las mujeres, los jóvenes y los que se han ganado el derecho de ser llamados “mayores”, y brindarles el cuidado necesario. Los muchos sí, para la justicia climática, son los múltiples caminos hacia la mitigación y adaptación, la equidad y la justicia. Los “sí” están representados en una noción que recientemente ha cobrado actualidad en los círculos de desarrollo: la resistencia de base.
Justicia con dignidad
Implícita en el surgimiento y avance de los pueblos indígenas está su demanda de ser abordados con el respeto que se le debe a todos los sujetos humanos. Como escribió el Subcomandante Marcos hace más de una década: “Los poderosos y sus grandes dineros… no entienden, hermanos, nuestra lucha. El poder del dinero y la soberbia no puede entender,… porque hay una palabra que no camina en el entendimiento de los grandes sabios que venden su inteligencia al rico y poderoso. Y esta palabra se llama dignidad…”
Resulta que la dignidad es clave en las negociaciones por el clima. El “desarrollo”, con su supuesto implícito de que la salud de una sociedad se mide mejor por su nivel de consumo, se obtiene, precisamente, a costa de la dignidad humana. Los defensores sureños de la justicia climática dejan claro que el Norte, agobiado por el excesivo consumo al punto de la obesidad, necesita reducir el consumo, mientras que la mayor parte del Sur, ante la escasez perpetua, necesita aumentarlo. Sara Larrain, directora de una ONG llamada Chile Sustentable, escribe: “El objetivo de la dignidad humana está por sobre el objetivo de superar la pobreza, y se refiere a la negociación del espacio ambiental y la equidad social entre el Norte y el Sur”.
La “Línea de dignidad” que formuló Larrain junto con grupos de Brasil, Uruguay y Chile es, esencialmente, una propuesta para reemplazar la línea de pobreza —un indicador basado sólo en las necesidades de supervivencia humana más básicas— por una medida que tenga en cuenta derechos culturales, políticos y ambientales. Larrain escribe: “La Línea de dignidad es un punto de convergencia que promueve disminuir el consumo de los que están arriba, y aumentar el de los que están abajo. Eso permite garantizar a la población los niveles de acceso al espacio ambiental necesarios para la subsistencia y la dignidad”.
La Línea de dignidad plantea que la equidad entre el Norte y el Sur se puede alcanzar únicamente cuando la noción de sustentabilidad propugnada por el Norte (preservación de recursos para las necesidades planetarias y de las generaciones futuras) coincida con el reclamo del Sur de una sustentabilidad social (equidad y derechos sociales, ambientales, políticos y culturales plenos). Por lo tanto, para incrementar el nivel de vida de los miles de millones que se encuentran debajo de la línea de pobreza, el Norte debe renunciar a una cierta cantidad de espacio ambiental (por ejemplo, sumideros de carbono, pesquerías y zonas abiertas de pastoreo). Los ricos deben reducir el uso de recursos. Deben comprometerse a decrecer.
En lugar de gestionar la catástrofe ambiental, como intenta hacer el establishment neoliberal, el movimiento por la justicia climática elije usar la crisis como una oportunidad, quizá la última, para construir dignidad.
Para todos todo, para nosotros nada
Probablemente, la pregunta más común que hacen las personas que acaban de alcanzar una profunda preocupación por la crisis ecológica es: “¿Qué puedo hacer yo, como individuo, para mejorar las cosas?” La respuesta sencilla, que aprendí viviendo entre aldeanos zapatistas, es: nada. Porque si hemos de sobrevivir debemos dejar de actuar como individuos; la Tierra no se verá afectada por nuestras acciones individuales, sólo por nuestro impacto colectivo.
El eslogan de los zapatistas: “Para todos todo, para nosotros nada” sonó convincente a mediados de los ’90 y suena convincente aún hoy. Pero ese eslogan encierra cierto misterio. El reclamo “para nosotros nada” es tan opuesto a cualquier cosa que cualquiera de nosotros — los individuos sedientos de recursos del llamado Primer Mundo— alguna vez pensaría en exigir. Como dice el refrán, nunca nadie reclamó austeridad. Sin embargo, sin sentirnos engañados, necesitamos construir nuestra capacidad de vivir según otro viejo refrán: Algo es mejor que nada.
Las propuestas del presiente boliviano Evo Morales para establecer un Tribunal sobre Deuda Ecológica y forjar una Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra colocaron a la equidad y la ecología (en vez de, digamos, los ajustes técnicos o soluciones de mercado) en el centro de las negociaciones sobre el clima. En el fondo, tales propuestas son expresiones radicales de una ética que reclama para todos todo, para nosotros nada. Tales propuestas también exigen volver a pensar el “desarrollo”. Inspirado por la noción andina de “el buen vivir” (vivir bien, en lugar de vivir mejor), el incipiente movimiento por la justicia climática postula que, tan cerca como estamos del colapso ecológico, debemos comprender el desarrollo y el progreso en términos de distribución, y no de acumulación.
Un mundo donde quepan muchos mundos
El establishment mexicano percibe el proyecto zapatista como una amenaza contra la integridad misma del Estado-nación. Esa amenaza está en el reclamo zapatista de un reconocimiento formal, dentro de las fronteras del estado, de grupos étnicos, culturales, lingüísticos y religiosos diversos. Es lo que en la región andina, y en particular en Bolivia, se denomina “pluriculturalidad”, en su dimensión cultural, o “plurinacionalidad”, en su dimensión política: una nación en la que quepan muchas naciones. El concepto de pluriculturalidad se diferencia significativamente del concepto norteamericano de “multiculturalismo”, dado que va más allá de la educación multicultural para incluir el respeto por los reclamos colectivos territoriales y los derechos colectivos.
El mundo está en medio del mayor proceso de extinción masiva desde la desaparición de los dinosaurios. Se calcula que dentro de 100 años la mitad de las especies de la Tierra estarán extintas. Los ecosistemas más importantes (entre ellos, el Amazonas), los sistemas de agua dulce y los arrecifes de coral están alcanzando un tipping point (“punto de no retorno”) del que podrían no recuperarse. Como tales, los científicos y movimientos sociales suelen estar de acuerdo: La diversidad como base de la toma de decisiones está en el centro mismo de la supervivencia ecológica y cultural. Mucho más que un llamado a una mayor “tolerancia”, el reclamo zapatista por “Un mundo donde quepan muchos mundos” es un claro reconocimiento de que lo esencial es lo que la ciencia recientemente ha dado en llamar “diversidad biocultural”.
En lugar de dividir recursos para satisfacer a una multitud atomizada, el movimiento por la justicia climática prevé la multiplicación de recursos en servicio del bien común. Para los campesinos y pueblos indígenas, en general, eso significa combinar antiguas tradiciones y sistemas de propiedad y autoridad con las prácticas modernas que los complementan, fomentan y mejoran. En otras palabras, una transición justa hacia un mundo post-carbono requiere justamente del tipo de estrategias que han dado sustento a los pueblos terrestres durante milenios, acompañadas por las mejores tecnologías sustentables que la ciencia actual tiene para ofrecer: agricultura de subsistencia orgánica y comercio justo; soberanía de semillas garantizada a través de pruebas genéticas en reservas de semillas; electricidad producida localmente por medios eólicos, solares y de biogás; transporte colectivo (público) que utilice aceite de desecho como combustible; prácticas de cero desechos y producción limpia en pequeña escala; y administración local del agua mejorada por un tratamiento de aguas accesible. Responder a una crisis con manifestaciones diversas y locales de manera que se logre un mundo donde quepan muchos mundos requiere de soluciones diversas, locales e impulsadas por los pueblos.
La tierra es de quien la trabaja
La lucha zapatista ha sido, ante todo, una lucha por el territorio. Quieren tener el simple derecho de trabajar la tierra que consideran históricamente propia. En ese aspecto, su lucha tiene muchos paralelismos en el mundo indígena.
Cuando luchan por la tierra, los zapatistas nunca se han identificado, ni siquiera por casualidad, como “ambientalistas”. En sus voluminosos comunicados que ya llevan una década y media, tampoco hablan demasiado sobre “ecología” o “conservación”. Y sin embargo, como dijo alguna vez el poeta Gary Snyder: “Lo mejor que puedes hacer por el medioambiente es quedarte en casa”. Como agricultores campesinos indígenas que pelean por la autonomía territorial, la lucha zapatista es precisamente por “quedarse en casa”.
Uno de los temas polémicos en las negociaciones climáticas de la ONU, impugnada fervientemente en Cochabamba y denunciada de manera rotunda por muchos sectores del movimiento por la justicia climática, es el programa llamado Reducción de Emisiones de Deforestación y Degradación (REDD). El REDD pretende recompensar a gobiernos, compañías o dueños de bosques en el Sur por mantener sus bosques como sumideros de carbono, en lugar de talarlos. Las ONG liberales suelen apoyar el programa REDD, de esencia corporativa, porque provee un mecanismo de protección de bosques. Pero ese mecanismo también les da a las industrias contaminantes el derecho seguir contaminando. Además, la versión de REDD de la “protección forestal” bien puede ser una de las mayores apropiaciones de territorio de la historia.
Tim Goldtooth, director de la Indigenous Environmental Network (Red Ambiental Indígena), con base en los Estados Unidos, dice que el programa REDD es “una corrupción de lo sagrado”. Los bosques, en especial para quienes los habitan, no son meros sumideros de carbono; sean o no “pulmones de la Tierra”, son bosques ante todo. La Tierra, como insistía Emiliano Zapata, es para sus verdaderos dueños. Sí, exige el movimiento por la justicia climática, mantengan los boques en pie y paguen por ello si es necesario. Pero en lugar de colocar intereses económicos lejanos a cargo de los bosques para salvarlos, como propone el REDD, ¿por qué no se promueve el tipo de valoración que siempre han practicado los pueblos originarios? Debemos reducir las presiones sobre los bosques manteniendo al margen a aquellos que no los administran, es decir, la mayoría de nosotros.
Cuando denuncian al REDD y otros esquemas de compensación de carbono, los activistas de la justicia climática sostienen que el mercado no puede resolver una crisis que él mismo ha desatado. El Informe Stern sobre la economía del cambio climático, publicado en Gran Bretaña en 2006, describía el cambio climático como “el mayor fracaso del mercado en la historia”. Aun así, al mismo tiempo los mercados de carbono se convirtieron en la única solución recomendada por los gobiernos y las corporaciones y ONG cercanas a ellos. Cuando falló el mercado de carbono europeo (con la dramática caída del precio de la tonelada de carbono a un rango menor del que le permite a las energías renovables competir con los combustibles fósiles), apenas se oyó un susurro. El gobierno de Obama siguió alentando el “cap-and-trade” (sistema de tope y mercado de emisiones), la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático siguió presionando a favor del REDD y otros sistemas de compensación, y la atmósfera continuó siendo para aquellos que quisieran pagar por contaminarla.
Caminar preguntando
En muchos de sus comunicados, el Subcomandante Marcos utiliza historias sobre los viejos dioses, los que estaban allí antes de que el mundo fuera mundo, para mostrar cómo la lucha para reinventar la sociedad está vinculada al momento de la creación. Una lección a la que vuelven estas historias una y otra vez es que quienes crearon el mundo lo hicieron “caminando mientras preguntaban”. Es una poesía poderosa.
Sin embargo, en medio de una crisis climática en aumento, apenas tenemos tiempo para hacer preguntas. ¿Se puede dar incentivos, y apoyo, a la cantidad enorme de campesinos sin tierra, pequeños propietarios, pescadores y pueblos indígenas para que permanezcan en sus tierras en lugar de migrar hacia ciudades superpobladas y recalentadas? ¿Podemos razonablemente detener la quema de carbón, petróleo, cultivos y desechos, y aun así vivir bien? ¿Es posible otro tipo de desarrollo? Estas preguntas no tienen respuestas fáciles. Pero al preguntarlas caminando, de prisa, podemos —y debemos—encontrar las respuestas que aparecen.
En The Value of Nothing (El valor de nada), Raj Patel menciona “caminar preguntando” como un principio fundamental de la democracia. Sin embargo, reconoce: “Los errores que se cometen en el camino son parte del proceso”. Cuando se desafía un sistema quebrado, es esencial ingresar en territorio desconocido. Involucrar realmente a las personas más afectadas en el proceso de reparación del desastre climático es parte de ese territorio. Y sí, se cometerán errores.
Pero para evitar que los errores se conviertan en desastres, se debe intervenir a escala humana. Los errores, los grandes, son los que nos trajeron hasta aquí. Las compañías petroleras como BP, por ejemplo, perforaron más allá de su capacidad de evitar o resolver accidentes. Hay proyectados fracasos más espectaculares, como la geoingeniería. Cuando el vicepresidente de BP, David Eyton, anunció en 2008 que la compañía se estaba embarcando en la geoingeniería, dijo: “No podemos ignorar la magnitud del desafío”. Desafortunadamente, nosotros tampoco podemos permitir la magnitud del desastre que sobrevendrá. Si algo sale mal, va a salir mal a lo grande, como el experimento de BP en perforaciones en aguas profundas.
Mientras caminamos preguntando, debemos repetir el siguiente mantra: grandes preguntas, pequeños errores.
¡Ya basta!
Tan profundo como cualquiera de sus otros eslóganes poéticos, el grito de lucha inicial de los zapatistas, “¡Ya basta!”, define la urgencia con la que debemos abordar la crisis climática. Este año es probable que tengamos el verano más caluroso que se haya registrado. Se prevé que la temporada de huracanes será más catastrófica que nunca. Ahora se reconoce que el derrame de BP es el peor desastre ambiental de todos los tiempos. Y las últimas predicciones de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos muestran que en 30 años, ya no habrá hielo de verano en el Ártico. Los gobiernos hacen política con eso, como de costumbre, y las corporaciones ven en los mercados de carbono grandes ganancias. Pero los científicos y los activistas están de acuerdo: no podemos alterar los límites físicos de la devastación climática con soluciones de mercado.
En 19994, los zapatistas le dijeron claramente al mundo que habíamos agotado todas las opciones. De cara a la catástrofe climática, todos los seres vivos del planeta se encuentran ahora contra la misma pared. Cada voz prudente sostiene que el cambio toma su tiempo. Pero después de siglos de industrias tóxicas, décadas de negación del cambio climático, y años de hacer política como si hubiera ganadores y perdedores, el tiempo se ha acabado. En una competencia interminable contra el cambio climático, sólo puede haber perdedores. Como dijo recientemente el embajador de la ONU para Bolivia en el Foro Social en Detroit, EE. UU: “Sólo tendremos una oportunidad en este siglo para luchar contra el cambio climático. Y ese momento es ahora”. En esas palabras puede oírse el eco de los zapatistas: ¡Ya basta!
El libro de Jeff Conant, A Poetics of Resistance: The Revolutionary Public Relations of the Zapatista Insurgency (Poética de la resistencia: Las revolucionarias relaciones públicas de la insurgencia zapatista, AK Press) fue publicado el mes pasado. Jeff Conant es un periodista independiente, educador y autor principal de A Community Guide to Environmental Health (Una guía comunitaria para la salud ambiental, Hesperian, 2008), un manual educativo de base que está siendo traducido actualmente a 20 idiomas.