(IPS) – Uno tras otro, los testimonios desgranan el capítulo de terror que vive México. Cada parada de la Caravana por la Paz y la Justicia se ha convertido en un lamento interminable de personas que no encuentran sosiego frente a la muerte estéril de sus seres queridos.
“Le pido a Dios, a ustedes y al señor (Javier) Sicilia, que por piedad me ayuden a encontrar a mi hijo, porque yo siento que me voy a morir”, dijo sollozante Irma Leticia Hidalgo, cuyo hijo, Andrés González, desapareció el 27 de marzo tras ser detenido en un retén militar camino a Nuevo Laredo, una ciudad del estado nororiental de Tamaulipas, en el borde con Estados Unidos.
“Ya no queremos más fosas clandestinas, queremos que a nuestros desaparecidos los encuentren vivos”, exigió Rosalinda Zapata, del Frente Unido por Nuestros Desaparecidos en el vecino estado de Coahuila.
Las historias, que parecen sacadas de la novela negra, van desmadejando la perversa radiografía de un país que agoniza, pero que no quiere morir.
“Queremos justicia (…), aunque se caigan los cielos o suban los infiernos, porque es peor la impunidad”, afirmó Ángela Díaz, cuya hija Betsabé fue asesinada en diciembre de 2009, mientras descargaba las bolsas del supermercado.
El poeta Javier Sicilia, cuyo hijo Juan Francisco fue asesinado el 28 de marzo en el central estado de Morelos, encabeza una marcha de 3.000 kilómetros que tiene como destino final Ciudad Juárez, la urbe fronteriza del estado norcentral de Chihuahua que se ha convertido en el “epicentro del dolor” de México, con una tasa de homicidios de 236 por cada 100.00 habitantes.
La caravana, que Sicilia llama “del consuelo”, comenzó el día 4 en Cuernavaca, capital de Morelos, donde fue asesinado su hijo junto a otros cinco jóvenes, tras ser torturados.
El movimiento de Sicilia propone un pacto social contra la violencia que asola al país desde que el derechista presidente Felipe Calderón concentró su política en la “guerra” contra los carteles de la droga, con un saldo de casi 40.000 muertos desde 2007 y una cantidad indeterminada de deudos.
La marcha, que subió por el mapa mexicano en zigzag, se volvió dramática desde el lunes 6, cuando llegó a las ciudades más lastimadas por la “guerra”, y puso sobre la mesa un tema poco visible: el de los desaparecidos. Nada más en Coahuila, las organizaciones registran 180.
En Durango, capital del estado noroccidental del mismo nombre, donde aparecieron más de 200 cadáveres en fosas clandestinas desde abril, Sicilia y sus acompañantes fueron recibidos por cientos de personas, pese al retraso de cuatro horas.
“Sicilia, mi padre te hubiera seguido pero se murió el sábado”, garabateó en una cartulina Francisco Ortiz, quien se abalanzó llorando sobre Sicilia al pasar por las calles de la ciudad.
Antes, el poeta fue interceptado por un niño de 6 años, cuyo padre, Fernando Rodríguez, un minero de 31 años, apareció muerto y abaleado el 20 de marzo, envuelto en una cobija.
“Desde que mataron al papá, Paquito se volvió miedoso, caprichoso y geniudo. Dice que va a matar a los que mataron a su padre. No denuncié, el Ministerio Público me dijo que no lo hiciera y yo me he detenido por el niño, pero decidí acercarme porque quizá podamos tener un poco de protección. Por lo menos quiero saber ¿qué pasó y por qué?”, contó a IPS Cirila Flores, la viuda y madre.
La caravana, en la que viaja IPS, es una catarata de llanto. Sicilia, el poeta que se ha convertido en la voz de los deudos de la “guerra”, abraza, consuela, llora. También lloran todos los que escuchan a los asistentes, incluidos periodistas y fotógrafos. Nadie se salva de la catarsis colectiva.
“Sicilia es un hombre tan fuerte que se atreve a llorar en público por cosas que otros ni siquiera quieren ver”, dijo a IPS Julián Lebaron, un residente de Chihuahua transformado en el corazón de la caravana.
Lebaron pone a la sociedad mexicana contra el espejo. En Durango reflexionó: “en todos los pueblos vemos fotografías de gente muerta y desaparecida, y oímos de narcofosas, y todos nos preguntamos ¿dónde está el gobierno, dónde está la justicia, dónde está Dios?
“Pero tenemos que preguntarnos también ¿dónde estamos nosotros, cuándo vamos a actuar, hasta que en esas mantas (pancartas), en esas fotos aparezcan nuestros familiares, o quizá nosotros mismos?”, inquirió.
En Monterrey, capital de Nuevo León, sentenció que los mexicanos “no tenemos ni entendemos la noción más elemental de comunidad y no somos capaces de ver a los otros como seres humanos”
“Es por eso que en esta plaza no hay 100 millones de personas tomadas de la mano para repudiar la muerte de 40.000″, analizó. ¿Dónde están los demás, en su trabajo, en su escuela, viendo la tele, echando hueva (holgazaneando)? Todos los que no están aquí es porque hay algo que les importa más que la vida, así de simple”, dijo entre aplausos y asentimientos.
La caravana, que ya llegó a Chihuahua, capital del estado del mismo nombre, avanza entre paradojas: padres que denuncian a policías por desaparecer, torturar y matar a sus hijos, y esposas o madres de policías que reclaman la desaparición de sus maridos o hijos.
Como Gloria Aguilera, que denunció la desaparición de su esposo y dos hijos, agentes de tránsito de Monterrey, desde septiembre de 2008. En un conmovedor relato, la mujer se quejó de la incompetencia y la indolencia de las autoridades y la falta de solidaridad de la sociedad, que criminaliza a las víctimas.
“Es un camino plagado de frustración. Ellos tienen nombre y tienen rostro y tienen madre que los busca”, dijo desgarrada.
El empresario Otilio Cantú, cuyo hijo fue asesinado por militares, condenó una declaración de Calderón en que aseguró que el único “shot (disparo)” que recibirán los turistas estadunidenses en México es el del tequila.
“¿Y los mexicanos, señor presidente, cuántos shots recibimos, qué podría contestarle a la madre desecha de Jorge Otilio, a su padre, hermanos, a su esposa de solo 15 días? El 18 de abril no solo asesinaron a un joven inocente, destruyeron a una familia que cree en México y que quiere seguir creyendo en sus instituciones”, exclamó.
La guerra entre mexicanos no da tregua, ni siquiera por la caravana por la paz.
Trece jóvenes fueron asesinados el martes 7 en un centro de rehabilitación para adictos en Torreón, en Coahuila, a dos calles del paso de la marcha. Al día siguiente fue peor: 21 cadáveres aparecieron diseminados por Morelia, capital del centro-occidental estado de Michoacán.
Además, se descubrieron cinco fosas en el puerto pacífico de Acapulco, asesinaron a un comandante policial en Durango y en Nuevo León colgaron de un puente a dos hombres.
En la caravana, sin embargo, el ánimo se mantiene, entre abrazos solidarios y espasmos de alegría, intensificados al llegar al estado de Chihuahua, que aporta un tercio de los muertos del gobierno de Calderón.
En su capital, recibieron a Sicilia con música y un improvisado mitin la medianoche del miércoles 8, cerrado con un grito unánime: “No estamos solos”.