Fuente: Programa de las Americas
Los resultados electorales en Venezuela y Argentina, la crisis brasileña y el desgaste de la “revolución ciudadana” ecuatoriana, forman parte de un cambio de clima político que coloca a la defensiva los procesos de transformación en curso.
En pocas semanas hemos visto cómo cuatro gobiernos progresistas de la región mostraron signos inequívocos de debilidad: Rafael Correa renunció a competir por la reelección, en un panorama económico incierto para su país; Dilma Rousseff puede enfrentar un proceso de destitución por el parlamento; Nicolás Maduro sufrió la primera derrota electoral bolivariana, que deja a su gobierno a merced del parlamento; y el candidato de Cristina Fernández fue derrotado por el derechista Mauricio Macri.
Las explicaciones que se han dado oscilan entre las consecuencias de la caída de los precios internacionales de las commodities hasta las ofensivas de las derechas y los grandes medios de comunicación, considerados como aliados a la política de los Estados Unidos. Sin duda, estos hechos son ciertos, pero no alcanzan para explicar las causas del deterioro de los gobiernos progresistas. Pocos analistas mencionan la rampante corrupción existente en Venezuela y en Brasil, y tienden a culpar de casi todo a los “enemigos” de los gobiernos.
Lo cierto es que existe una inocultable crisis económica en Argentina, Brasil y Venezuela con importante caída del PIB, aumento del desempleo y de la pobreza, que eran algunos de los mayores logros de esos gobiernos. Sin embargo, no debería generalizarse demasiado: aunque hay causas comunes, las particularidades tienen su peso. La crisis brasileña está muy ligada a la deslegitimación de la clase política, mientras en Venezuela es la crisis económica la clave de la derrota del gobierno en las parlamentarias.
“¿Cómo se llegó a semejante panorama de casi ruina?”, se pregunta el periodista Eric Nepomuceno para intentar explicar la coyuntura brasileña (La Jornada, 20 de diciembre de 2015). Su respuesta es que el “presidencialismo de coalición” es la clave, ya que impone al Ejecutivo alianzas a contrapelo de las convicciones, por puro pragmatismo. Pero los gobiernos de Maduro, Correa y Fernández con mayorías parlamentarias, atraviesan también serias dificultades.
Aunque el ejemplo no invalida el análisis del caso brasileño, impone levantar la mirada para ver los problemas en común. La caída del precio de las commodities, la persistencia de las desigualdades y la creciente distancia de sectores que antes respaldaban a los gobiernos, parecen las cuestiones principales que afectan por igual a todos los progresismos.
Fin de un ciclo inolvidable
Cuando el precio del barril de petróleo superaba los 120 dólares, y los minerales y la soja estaban por las nubes, no se pensaba en que algún día podían caer o, mejor, volver a sus precios “normales”. Fueron años de euforias y promesas que nunca salieron del papel. Hugo Chávez llegó al gobierno en 1999 con el barril a poco más de diez dólares. La subida fue constante en los años siguientes con una brusca interrupción posterior a la crisis de 2008, cuando cayó de 140 a 52 dólares para retornar a más de cien en pocos meses.
Pero el petróleo lleva más de un año cuesta abajo y nada indica que vuelva a recuperar su precio en poco tiempo. Ecuador ya exporta a 28 dólares el barril, y se estima que por debajo de 20 ya no será rentable la extracción.
El problema es que los gobiernos hicieron sus presupuestos con el crudo por encima de 100 dólares y ahora no encuentran cómo tapar el agujero. Con la soja sucede algo similar: al principio de la década de 2000 el precio oscilaba en torno a los 200 dólares la tonelada, subió hasta rebasar los 600 en 2013, para caer hasta 350 dólares en 2014. Si se repasan los precios históricos de todas las commodities, se observan comportamientos similares. Recordemos que el oro estuvo por encima de los 1.800 dólares la onza troy, para situarse estos días en torno a los 1.100 dólares.
Una mirada de largo plazo de los precios, permite comprender que se trataba de una burbuja especulativa. Aunque ahora no vuelvan a sus valores medios de las últimas décadas (entre 1970 y 2005 la media del oro era de 345 dólares), parece difícil que se repitan aquellas extraordinarias cotizaciones.
Por otro lado, la Reserva Federal comenzó a subir las tasas de interés, que estuvieron cerca de cero durante siete años, para reactivar la economía estadounidense luego de la crisis de 2008. Se prevé que las tasas subirán gradualmente a lo largo de 2016 poniendo fin a la era del dinero barato, agravando la situación de los países deudores y de las familias endeudadas.
La burbuja de las commodities aumentó la dependencia del dinero fácil, como si la renta obtenida fuese una droga dura. Más del 95 por ciento de las exportaciones venezolanas son petróleo. Las matrices productivas de Brasil y Argentina se re-primarizaron. No se utilizaron los inmensos excedentes de las exportaciones para diversificar la producción sino para impulsar el consumo.
A la falta de planificación realista sobrevino la perplejidad. Debemos recordar que los argumentos para explicar la caída de los precios de los hidrocarburos fueron más ideológicos que económicos y políticos. Hubo quienes afirmaron que se trataba de una maniobra de Estados Unidos para castigar a Rusia, Irán y Venezuela, sus principales enemigos. Otros enfatizaron que Arabia Saudí estaba detrás de los bajos precios para petardear el enorme aumento de la producción estadounidense por fracking.
Lo cierto es que hoy la producción de petróleo es mayor que la demanda, entre otras cosas porque el crecimiento de China ha caído del 9-10 por ciento anual al 7 por ciento. Pero sobre todo porque está produciendo un viraje hacia un crecimiento basado en las nuevas tecnologías y menor consumo de energías no renovables, aspectos en los que China se encuentra en la vanguardia. Asia no seguirá creciendo en base a materias primas y mano de obra baratas, lo que sacude al mundo.
Desigualdad y endeudamiento
Para la región sudamericana la combinación de precios bajos de las exportaciones y aumento del precio del dinero es una bomba de tiempo. Un reciente informe de la Fundación Friedrich Ebert de Brasil, destaca que casi la mitad de los ingresos de las familias (el 46,5 por ciento) está comprometida con el pago de deudas, frente a sólo el 19,3 por ciento en 2005. “De esta forma es imposible dinamizar la economía”, asegura el economista Ladislau Dowbor.
Pero las empresas también están afectadas por las tasas abusivas que cobra la banca, que oscilan en 50 por ciento frente a sólo 2 por ciento que se cobra en Europa. Con la demanda trabada por las deudas, las industrias impedidas de expandirse por los altos costos del dinero y la imposibilidad del gobierno para invertir por la crisis fiscal que atraviesa, la situación es explosiva. Dowbor sostiene que “los recursos que deberían ser invertidos para el fomento de la economía son desviados por la especulación financiera”.
El caso de Brasil es la norma regional. Hay 900 millones de tarjetas de crédito, seis por persona y la cantidad de cuentas bancarias creció un 179 por ciento desde 1999. La llamada “inclusión financiera” benefició sobre todo a una banca cada día más concentrada. Al final del ciclo virtuoso de las commodities, las familias son más dependientes del sistema financiero ya que invirtieron buena parte de los beneficios sociales en consumo de electrodomésticos. Pero la salud y la educación no experimentaron cambios sustanciales.
Por otro lado, algunos estudios recientes desmienten los discursos progresistas sobre la caída de la desigualdad, en particular en Uruguay y Brasil. Si bien la pobreza tuvo una importante reducción respecto al pico de la crisis, la desigualdad muestra más continuidades que cambios. Los trabajos de economistas del Instituto de Economía de Uruguay y del Instituto de Investigación Económica Aplicada de Brasil sobre el 1 por ciento con mayores ingresos, llegan a conclusiones idénticas: la desigualdad se mantiene y tiende a aumentar de forma leve, antes de la crisis actual.
El panorama que surge de los estudios más recientes, es que la pobreza cayó de forma contundente en los primeros años del nuevo siglo, que coincidieron con un crecimiento económico y la aplicación de políticas sociales. Pero en la segunda mitad de la década la caída de la pobreza perdió fuerza, algo que parece razonable ya que se trataba de abordar los núcleos más duros y ya no sólo aquellos sectores empobrecidos durante la última crisis.
Pero la desigualdad casi no se movió. Más aún, en la medida que la crisis en curso se expande, buena parte de las llamadas “conquistas” están siendo erosionadas por la inflación como viene sucediendo en Argentina desde 2013. En Brasil, los índices de desempleo también están creciendo, así como en los demás países de la región, mientras los salarios tienden a estancarse.
En síntesis, se llega al final del ciclo con grandes incertidumbres y la sensación de tiempo perdido, ya que no se produjeron cambios estructurales ni se diversificó la matriz productiva.
Movimientos desconformes
Los movimientos sociales que jugaron un papel destacado en la deslegitimación del neoliberalismo en la década de 1990, se han debilitado. Una parte considerable se recostaron en las financiaciones estatales y han mellado su perfil militante. Otros se han plegado a la política electoral y no pocos han desaparecido. El movimiento piquetero argentino que estremeció al país a comienzos de la década de 2000 ya no existe, desgajado entre esos tres caminos.
Pero van naciendo nuevos movimientos y otros se reactivan. El levantamiento indígena y obrero de agosto de este año en Ecuador, enfrentó como pocas veces al gobierno de Correa y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), que protagonizó las mayores movilizaciones en años contra el autoritarismo gubernamental. En Brasil nació una nueva camada de movimientos al calor de las Jornadas de Junio de 2013, con cientos de pequeños grupos en los barrios de clase media y en las favelas, destacando la reciente oleada de ocupaciones estudiantiles de más de 200 colegios secundarios de Sao Paulo.
En casi todos los países se registra un nuevo activismo, bien diferente del que se fraguó en los años 90 y se referenció en los foros sociales a partir de 2000. El de ahora es menos ideologizado y más concreto en sus demandas, pero no menos contundente como lo mostraron los estudiantes paulistas que forzaron al gobierno a archivar la reestructuración educativa que pretendía cerrar 90 centros periferia y concentrar a los jóvenes en grandes colegios superpoblados.
Al parecer, está naciendo una nueva conciencia que en gran medida es producto de las políticas sociales de los gobiernos progresistas. En las favelas cariocas, por ejemplo, abundan los estudiantes universitarios que veinte años atrás se contaban con los dedos. Con ellos se han multiplicado las acciones vinculadas a ONGs, pero también surgen grupos de base de teatro, de cultura negra, de mujeres y micro emprendimientos económicos. Aparecen nuevos saberes organizativos, herederos de las luchas de 2013 que se plasman en las ocupaciones junto a un sentido de dignidad que en el futuro dará que hablar.
En toda la región se habla más y más claro. Las páginas de Aporrea, que siempre cerraban filas en torno al chavismo, muestran en los últimos meses un panorama bien distinto: se menta abiertamente la corrupción, la ineficiencia y las pésimas gestiones gubernamentales. El escritor Luis Brito García, siempre fiel al proceso bolivariano, acaba de publicar un artículo polémico en el que concluye: “Revolución sin ideología es piñata, donde todos se arrodillan hasta que se acaban los caramelos” (Aporrea, 20 de diciembre de 2015).
Si es cierto que se están acabando los caramelos, el tiempo de las vacas flacas puede alentar deserciones o reflexiones que vayan más allá de la palmadita en la espalda. Porque los números cantan: el chavismo perdió dos millones de votos mientras la oposición apenas ganó 400 mil. Un voto castigo tan duro como necesario.