Movilización ciudadana para reclamar la vivienda en Haití

“Estamos movilizando a la gente en los campamentos y las villas para que sepan que la vivienda es un derecho. Nuestra visión es hacer del problema de la vivienda, un punto central de la lucha popular”, dijo Reyneld Sanon de la Fuerza por Reflexión y Acción por la Vivienda (FRAKKA por su acrónimo criollo.)

Grupos de base en Haití están desarrollando estrategias para responder a una de las grandes crisis sostenidas después del terremoto del 12 de enero: la carencia de vivienda para 1,9 millones de personas cuyas casas se derrumbaron o se dañaron al punto de ser inhabitable.

FRAKKA representa una iniciativa naciente para unir grupos y desplazados internos residentes en campamentos, y para reclamar su derecho humano a la vivienda. (Para ver otra iniciativa por el Grupo de Apoyo por los repatriados y refugios: “The Right to Housing in Haiti”).

En casi todas las calles y espacios abiertos de Puerto Príncipe y hasta dos horas de las afueras de la ciudad están a la vista unos 1.300 campamentos reconocidos oficialmente, y otros aún no reconocidos. Las viviendas en esta nación de refugiados ocupan hasta los lugares más inverosímiles, tal como las medianas centrales de las autopistas y campos cercanos a las tumbas de los cadáveres de ex-dictadores. A veces, los campamentos consisten en un débil cobertizo acomodado junto a la calle; en otras, cubren terrenos vastos con miles y miles de supervivientes. Los refugios se construyen con lo que esté a la mano, desde cajas de cartón y bandejas de espuma de poliestireno hasta carteles de plástico y tiras de alfombra árabe de imitación. Estas chozas no protegen contra las tormentas nocturnas, los ladrones o violadores.

Los servicios sanitarios son prácticamente inexistentes. Algunas construcciones no ofrecen letrinas, mientras otras tienen inodoros portátiles putrefactos. El baño estándar es un balde plástico que se vacía en el espacio común. Para conseguir agua y lavarse las manos, si está disponible, se debe hacer una larga fila bajo el fuerte sol tropical. Moscas, mosquitos y otros riesgos de salud están omnipresentes.

Loune Viaud, la coordinadora de Operaciones de Compañeros Haiti, me dijo, “Afortunadamente, no hemos tenido ninguna epidemia de las que esperábamos. Tuvimos unos casos de difteria, que normalmente son muy raro”. Se apoyó para golpear la madera del alféizar de una ventana. Cuando le pregunté si hubo un aumento de la tasa de VIH desde el terremoto, ella dijo: “Todavía no sabemos, pero con toda la violación y promiscuidad en los campamentos, debe haber alguno.”

La violencia y la inseguridad son endémicas. El Departamento de Estado estadounidense renovó una advertencia de viajar a Haití luego de que cuatro estadounidenses fallecieran en tres meses (aunque 3.6 estadounidenses mueren en una semana normal en mi ciudad, Nueva Orleans [1], cuya población representa el 5% de la existente en Haití). Sin embargo, la violencia afecta principalmente a aquellos que viven en los campamentos y las calles. La causa del aumento del crimen se encuentra en la proximidad y vulnerabilidad de las víctimas, ya que todas sus posesiones están dentro de sus refugios improvisados, que no cuentan con cerraduras o paredes. En los campamentos, las familias están rodeadas por miles de desconocidos. Los cuerpos de las mujeres y niñas están desprotegidos, lo que agrava los altos niveles de violencia de género. El aumento de crimen también es producto de la pobreza, la frustración y la alienación creciente.

Una mujer desempleada que vive en una tienda, en la villa de Carrefour, me dijo: “En la calle, en la tienda, no hay seguridad. Solo Dios.”

En todas las entrevistas que he hecho en los últimos seis meses, la gente menciona regularmente las siguientes prioridades para la seguridad: un sistema judicial de autonomía funcional, respuestas por parte de la policía haitiana, y que se satisfagan las necesidades básicas.

(Se nota que las respuestas no incluyen un mayor grado de ‘seguridad’ de la ONU, ya que esas tropas se han involucrado en actos de violencia contra la población. Ver: “United Nations Attacks Refugee Camp, Protests Mount”). Pero más que nada, se me informó, la gente quiere y necesita vivienda segura y permanente.

Dos meses después de la temporada de huracanes, ninguna agencia nacional o internacional parece tener un plan, aparte de unos 28,000 refugios provisionales donados por las agencias de ayuda –nada mas que una carpa ‘sofisticada’ – la única idea ha sido mudar a los haitianos de una villa a otra.

Un aguacero el 12 de julio dio una pista de lo que podría suceder en el caso de un huracán. Cientos de carpas se aplastaron cuando la tormenta pasó deprisa por el campamento Corail en pleno desierto desolado al pie de una montaña. Corail es uno de los pocos sitios donde el gobierno y las agencias internacionales actuaron alrededor los desplazados internos, reubicándolos de sus viviendas improvisadas hasta otras tiendas comerciales allí.

Otro ejemplo de la preparación para la emergencia: En las condiciones actuales de desesperación, tiendas y otros materiales de emergencia son almacenados para reservas—por ONGs como Concern International, si no la ONU misma—en caso de futuras crisis. En el boletín del 22 de junio, la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios escribió: “La planificación de contingencia: Los planes establecidos para la respuesta internacional en temporada de huracanes en Haití incluyen la precolocación de los materiales de emergencia”.

Una y otra vez durante mis conversaciones con residentes de los campamentos, ellos preguntan: “¿Piensan que somos animales?”

No se puede responder a esta pregunta con certeza, en el mejor de casos los indicadores demuestran negligencia, y en el peor, desprecio intenso. Los programas de alimentación se suspendieron a fines de marzo, excepto los programas de “trabajo por comida,” cuyos beneficios gozan típicamente los amigos y parientes de los privilegiados. Se informó que el Primer Ministro Jean-Max Bellerive pidió el cierre de unos campamentos con lo que está creciendo la mudanza forzosa de los residentes. La ONU aparentemente trató de negociar una moratoria de tres meses para las expulsiones, pero el gobierno solo lo accedió a tres semanas.

El 10 de mayo, Cheryl Mills, la jefa de personal de la Secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton, dijo: “Hemos tratado de incentivar a que la gente regrese a sus hogares, sobre todo si sus hogares se han declarado seguros. Pero la gente se queda en las comunidades provisionales porque, aunque parezca sorprendente, para muchos de ellos sus vidas son mejores ahora.”[2]

Es difícil no hacer un paralelismo entre el comentario de Mills y el de la ex Primera Dama estadounidense Barbara Bush cuando visitó a los refugiados de Nueva Orleans, en el estadio Houston Astrodome, justo después del huracán Katrina. “Lo que oigo, que me asusta un poco, es que todos quieren quedarse en Texas. Todo el mundo está muy abrumado por la hospitalidad. Aquí en el estadio muchas personas ya eran muy necesitadas ¿sabes? Así que esto está funcionando muy bien para ellos.”

La declaración de Mills es semejante a los comentarios de los haitianos de clase media-alta, y de los empleados de la ONU y de varias ONGs, sobre las “víctimas falsas”, refiriéndose a aquellas cuyas vidas no fueron destruidas en su totalidad por el terremoto y quienes, aparentemente, no tienen derecho a ningún beneficio. Esta gente no perdió sus casas, pero va a los campamentos para conseguir la ayuda que se distribuye.

Según la gente del elegante barrio Pétion-ville y de otros lugares alejados del sufrimiento, las “víctimas falsas” se están aprovechando de la crisis como reyes.

¿Cuál es el criterio para ser una víctima ‘real’? ¿Perder todo menos la ropa que uno lleva? ¿Ser un cadáver echado, aplastado, en uno de los muchos edificios de la ciudad que sirven de mausoleo? ¿Qué significaría en la vida cotidiana de la gente que sufrió la devastación tener que ir a buscar una mejora en un campamento abarrotado, mugroso y deshumanizador?

Más allá de la insensibilidad de Mills y de otros respecto de las tremendas necesidades que hoy enfrentan todos los indigentes en Haití, ella está gravemente equivocada. La mayoría no pueden regresar a sus casas por al menos una de las siguientes tres razones. Primero, los sitios donde se ubicaban la mayoría de las casas de hormigón que fueron destruidos durante el terremoto, quedaron bajo una montaña de escombros, al tal punto que no queda espacio para colocar ninguna carpa. Contratar a alguien para remover los escombros puede llegar a costar más de US$50, un valor imposible de pagar para la mayoría de haitianos. Segundo, de las casas que quedaron en pie muchas están seriamente cuarteadas o dañadas. Y en tercer lugar, muchas de las familias que rentaban casas, fueron echadas a la calle por los arrendatarios inmediatamente después del terremoto.

“¿Acaso todos nosotros no somos haitianos? ¿Existe alguien entre nosotros que sea más humano que los demás?” preguntó una ex vendedora callejera. Ella perdió a su marido, su casa humilde, todas sus posesiones, y la mercadería con la que ganaba su sueldo—todo por el terremoto—y ahora vive con sus tres hijos y una sobrina en una carpa fabricada con tres troncos de árboles jóvenes y una lona plástica rota.

“Desde el 12 de enero, [la situación de la vivienda] se ha puesto tan grave que hemos tenido que hacerla el foco de nuestro trabajo. Hasta la Constitución Haitiana, articulo 22, dice que el Estado tiene la obligación de proporcionar una vivienda digna al pueblo”, dice Sanon, el coordinador de la iniciativa FRAKKA. Formada dos meses después del terremoto, FRAKKA es una coalición que aglutina una treintena de grupos, incluye a organizaciones de jóvenes, a las comunidades, a los colectivos de los derechos de los obreros, de educación popular y de los derechos de los niños, y organizaciones o comités de liderazgo de los campamentos. Aunque el tamaño y fuerza de la coalición todavía es modesto, representa una nueva tendencia de organización relacionada con el alojamiento permanente.

“Aprovechamos este momento para recordarle a la gente que en 1985, México tuvo un terremoto. El pueblo se organizó y forzó al Estado para que consiga una vivienda donde vivir” siguió Sanon.

“El problema de la vivienda siempre ha existido. Si recordamos los suburbios antes del 12 de enero, ésas no eran casas en las que la gente debería haber vivido. Como dice el refrán haitiano: ‘Estas casas pueden engañar el sol, pero no pueden engañar la lluvia’. Y el problema no es solo en Puerto Príncipe, es un problema nacional. Los campesinos también necesitan casas. Si viaja por el país, puede ver las condiciones de la vivienda campesina. Puede ver que todo el país necesita una vivienda mejor.”

“La gente sabe que tenemos un Estado que no trabaja para los damnificados. Generalmente, el Estado en este país solo trabaja para un sector pequeño que saca provecho del pueblo, que está empleado por la burguesía. La gente desconoce que tiene derecho a cosas como educación gratuita y salud pública, que el Estado está en la obligación de dárselo, porque nunca recibió estos beneficios. Pero ellos lo han pagado con sus impuestos e incluso con los préstamos extranjeros, porque es el pueblo quien paga por éstas cosas”.

“Una de las actividades que hicimos el 1 de mayo fue una sesión de entrenamiento con aproximadamente treinta representantes de diferentes organizaciones. Les dimos dos documentos, el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y el artículo 22 de la Constitución. Fuimos a los campamentos e hicimos reuniones, con grupos pequeños o individualmente, para hablarles acerca de sus derechos”.

“También estamos creando consciencia de la necesidad de que la gente se unan y luchen por la vivienda. Esto encamina hacia la movilización, que el pueblo salga regularmente a las calles para reclamar sus necesidades. También hacemos sentadas: ya tenemos un cronograma para hacer sentadas en los campamentos y los suburbios.”

Un comunicado de prensa de FRAKKA, del 27 de julio, reconoció que “La solución definitiva al problema de la vivienda está sujeto a las cuestiones de la descentralización, la administración de la Nación, y la reforma agrícola”. Agregaría que también depende de un compromiso del gobierno y de la comunidad internacional para satisfacer las necesidades de todo el mundo. Mientras tanto, la declaración dice: “Tenemos que movilizar…para reclamar nuestros derechos a la vivienda digna y calidad de vida.”

Gracias a Mark Schuller, Melinda Miles, y Nicole Phillips.

Beverly Bell ha trabajado con los movimientos sociales en Haití por más de treinta años. También es autor del libro Walking on Fire: Haitian Women’s Stories of Survival and Resistance. Ella coordina la organización Other Worlds (Otros Mundos), la cual promueve alternativas sociales y económicas. También es miembro asociado del Instituto por los Estudios Políticos.

1 Brendan McCarthy, “Despite drop in crime, New Orleans’ murder rate continues to lead nation,” Times-Picayune, 1 de junio, 2009.
2 From Lois Romano, “State Department’s Cheryl Mills on rebuilding Haiti,” Washington Post, 20 de mayo, 2010, p. A15,http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/05/09/AR2010050903009.html