INDÍGENAS -COLOMBIA: Encuentros cercanos

 

BOGOTÁ, nov (IPS) – La utilización de la hoja sagrada de la coca, el respeto por el agua y la naturaleza y otras prácticas de la milenaria cultura chibcha o muisca, tan importante como la inca, maya y azteca, sobreviven en Colombia, pese a la agresión de siglos.

"Muchas tradiciones y costumbres chibchas fueron satanizadas por los españoles y por otros pueblos, y por eso se buscó olvidarlas", explica a IPS el escritor Antonio Cruz Cárdenas.

"Sin embargo, la cultura chibcha no ha dejado de existir. Empezamos a demostrar que los ignorantes no fuimos nosotros", dice a IPS el físico y biólogo indígena Alfonso Fonseca, gobernador del Cabildo chibcha del municipio de Cota, situado a una distancia de media hora por carretera al norte de Bogotá.

Al igual que "los mayas-aztecas de México, de los incas del Perú y de los aymaras de Bolivia, los muiscas de la época del descubrimiento habían sobrepasado la civilización primitiva" y obedecían a caciques, se afirma en "Culturas indígenas colombianas", de Rafael Martín y José Puentes.

La cultura muisca era la más avanzada de las civilizaciones precolombinas, según el indigenista Miguel Triana en su libro "La civilización chibcha", de 1921.

Hoy subsiste en los departamentos centrales de Cundinamarca, cuya capital es Bogotá, y Boyacá, donde floreció con fuerza por lo menos desde el siglo VII antes de Cristo.

En Cota, IPS visitó "Jizcamox", única escuela pública de Colombia donde se enseña el muisca, una lengua más antigua que el arameo, según estudios de la investigadora Mariana Escribano.

Pacíficos, organizados y agricultores, los muiscas hablaban un idioma descendiente de la familia lingüística chibcha, procedente de América Central.

Esa lengua se extendió y dividió en varios dialectos en Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá y en algunas regiones de Colombia, Venezuela y Ecuador, de acuerdo con "Estudio indígena colombiano", de Teresa Arango.

Actualmente pocos colombianos hablan muisca pues el uso de dialectos nativos fue prohibido en 1770 por una cédula real en favor del español por razones sociales, religiosas, económicas y políticas.

En Jizcamox, que significa "medicina de la mano", se enseña muisca a 150 niños, de apellidos como Tibaquichá, Bocarejo, Balsero o Fiquitiva, descendientes directos de los muiscas.

"Los niños cursan una primaria tradicional, pero tienen énfasis en la lengua y tradiciones de sus antepasados", comenta a IPS María Yolanda Esquivel, directora de la escuela. Con "chisué" (buenos días) y "anaxié" (hasta luego), saludan a coro los estudiantes.

En Cundinamarca y Boyacá aún se practican tradiciones muiscas. El Abuelo Fernando, por ejemplo, encabeza el milenario ritual de limpieza espiritual, que se realiza de noche porque permite un mejor manejo de las energías, pues "el silencio con sus fríos murmullos habla en diálogo permanente con el Sabedor", dice Ana Tiquidimas, que asistió a uno de esos ritos en 2005.

En Bogotá sobreviven, además, vocablos chibchas, como "curuba" (una fruta) "toche" (un pájaro) "guadua" (una planta similar al bambú) y "tatacoa"(un animal salvaje), entre otros, aunque muchos desconocen su origen.

Algunos bogotanos creen que son chibchas palabras como "ají" y "ajiaco", nombres de dos platos tradicionales locales, pero su origen es caribe, según investigadores.

En Bogotá es posible adquirir, en modernos centros comerciales, productos elaborados a base de la hoja de la coca, utilizada durante siglos por los muiscas, entre otras culturas indígenas, en rituales y curaciones: vino para combatir la depresión, galletas contra la fatiga o para controlar el apetito, tés energizantes y pomadas para calmar los dolores de la artritis.

También se elabora una loción analgésica y antiinflamatoria, el Cocadol, un refresco revitalizante e hidratante llamado Coca Sek y gotas florales contra la adicción al alcohol, el tabaco y la cocaína.

"La planta de coca lo cura casi todo. Los indígenas lo sabían siglos antes que los laboratorios farmacéuticos", señala a IPS el antropólogo Héctor Bernal.

La tienda "Coca indígena", de su propiedad, es la primera especializada que se abrió en Colombia y que comercializa todos los productos indígenas elaborados de la naturaleza, especialmente de ese vegetal y de la marihuana.

Hasta mediados del siglo XX, las hojas de coca se vendían en las boticas de Bogotá y otras ciudades, y las madres las utilizaban para que los niños durmieran más tranquilos.

"A mí me dieron hojas de coca con el tetero. La coca no tenía entonces la carga cultural negativa de hoy", dice la antropóloga Patricia Clavijo, de 55 años.

Los chibchas cultivaron y utilizaron la coca siglos antes del narcotráfico.

También respetaban y defendían la naturaleza, cuando no existían los ecologistas, y practicaban la medicina natural siglos antes de que ésta renaciera en el siglo XX.

Su sometimiento violento a "un régimen de explotación colonial destruyó, paulatinamente, su organización económica, social, política y cultural, que causó, a mediados del siglo XVII la catástrofe demográfica de su población", dice el investigador Luis Eduardo Wiesner en "Etnografía muisca".

"Los españoles no entendieron nada de esa civilización, y como los chibchas no eran guerreros perecieron bajo su violencia", afirma Cruz Cárdenas.

OTRAS COSTUMBRES

Descendientes directos de los chibchas residen hoy en Bogotá o en municipios cercanos como el citado Cota, Chía, Tenjo, Sesquilé, Suba, Engativá, Tocancipá, Gachancipá y Ubaté.

En Cota y Suba hay dos asentamientos chibchas. Chía significa luna y Cota es participio del verbo chibcha "cotansuca", que significa "crespo, crespa, encrespado, desgreñado", según la obra "Geografía Humana de Colombia", Región Andina Central, de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

A los descendientes muiscas se los reconoce por sus obras. El comercio sigue siendo para ellos, como para sus antepasados, una de las principales actividades.

El maíz, la papa, la yuca y las legumbres son la base de su alimentación. Continúan comercializando la sal, el carbón y los textiles y produciendo artesanías, ricas en decoraciones de animales, hombres y seres fantásticos nacidos de su imaginación.

En el campo y en las ciudades de Cundinamarca y Boyacá subsisten, además, métodos muiscas de cultivo, que se guían por los ciclos de las lluvias o las fases de la luna.

Los campesinos tampoco necesitan hoy los pronósticos meteorológicos. El canto de la mirla es anuncio de lluvia y "el canto y el vuelo de un copetón, señal de que el agua pasará", explica a IPS Arturo Muscué, del municipio de Chía, a 20 minutos en automóvil al norte de Bogotá.

"Cuando las plantas de papa y arveja tienden a cerrar sus hojas y a señalar hacia arriba, también es presagio de lluvia", dice.

Subsiste la utilización de infinidad de "contras" o talismanes, como piedras del río o una penca de sábila (aloe), para combatir la mala suerte.

Como sus antepasados, los descendientes de los muiscas respetan los lagos, las montañas y las rocas.

"Consideran que los ‘espíritus’ están vinculados a los fenómenos físicos, a los ríos, las montañas y las lagunas", según "Mitos y leyendas populares de Boyacá".

Algunos campesinos boyacenses creen "que los espíritus del agua no sólo viajan bajo la tierra, sino también toman fuerza humana y caminan".

Historiadores afirman que esa supervivencia mítica tiene profundas raíces chibchas y está relacionada con mitos como el de Bachué, Bochica, Huitaca y otros.

Bachué era la madre del linaje humano, quien emergió de la laguna de Iguaque, (distante una hora por carretera al oriente de Bogotá) se casó con su hijo, pobló la tierra y regresó a la laguna convertida en serpiente, junto con su hijo. Bochica era el Dios civilizador y Huitaca, la diosa rebelde.

"Por eso los chibchas fueron adoradores del agua, en un mito que se transmitió a los campesinos de Cundinamarca y Boyacá", comenta Cruz Cárdenas.

NO FUERON COMO EL TIGRE

Los chibchas habitaban las regiones centrales de Colombia. Al comenzar la conquista, en el siglo XVI, la cultura "estaba organizada en cacicazgos confederados", según la Geografía Humana de Colombia.

"El cacicazgo muisca de Bogotá, presidido por el Zipa (gran cacique), era el más importante de los cinco existentes", según Cruz Cárdenas.

El territorio muisca "incluyó valles interandinos, mesetas y laderas condicionadas por diferencias altimétricas, con diversas temperaturas, humedad y precipitación", de acuerdo con el historiador Álvaro Botiva en "Colombia prehispánica".

Por todo lo anterior, el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) no se equivocó al afirmar que el ser humano no es como el tigre, que cuando nace "es un primer tigre" y "tiene que empezar desde el principio su profesión de tigre".

El ser humano hereda todas "las formas de existencia, las ideas, las experiencias vitales de sus antecesores, y parte, pues, del pretérito humano acumulado bajo sus plantas", escribió en "El libro de las misiones".

Los más de ocho millones de bogotanos y restantes pueblos que viven hoy en los antiguos dominios chibchas no comenzaron como el tigre.

Cuando nacieron, el pretérito humano acumulado bajo sus plantas ya tenía una historia de miles de años.