Argentina: Enseñanzas de la derrota de Monsanto en Córdoba

 

Fuente: América Latina en Movimiento

 

Las multinacionales sólo pueden ser derrotadas si existe un potente movimiento de la sociedad, apoyado por una porción significativa de la población. Un tribunal provincial de Córdoba dictaminó que Monsanto debe detener la construcción de la planta de tratamiento de semillas de maíz transgénico ubicada en Malvinas Argentinas, dando a lugar a un recurso de amparo presentado por los vecinos de la zona que acampan desde hace tres meses en las puertas de la obra.

La movilización fue impulsada por pequeños grupos, Madres de Ituzaingó, la Asamblea Malvinas Lucha por la Vida y vecinos autoconvocados, entre otros, y tuvo la virtud de sostenerse en el tiempo pese a las amenazas del gobierno provincial y del sindicato de la construcción. La población de Malvinas Argentinas simpatiza y apoya la resistencia, lo que llevó a la justicia a tomar la resolución de paralizar las obras el pasado 9 de enero.

Siempre son grupos pequeños los que toman la iniciativa, sin tener en cuenta la “correlación de fuerzas” sino la justicia de sus acciones. Luego, a veces mucho más tarde, el Estado termina por reconocer que los críticos llevan la razón. Más tarde, los que fueron criminalizados suelen ser considerados héroes incluso por quienes los reprimieron. El punto crucial, a mi modo de ver, es el cambio cultural, la difusión de nuevos modos de ver el mundo, como lo enseña la historia de las luchas sociales.

Mucho antes de que cayeran las leyes segregacionistas en los Estados Unidos, la discriminación fue derrotada en los hechos. El 1 de diciembre de 1955 una mujer común, Rosa Parks, se negó a sentarse en el autobús en los asientos para negros y lo hizo en los reservados para blancos. Fue arrestada por violar la ley en Montgomery, estado de Alabama. Decenas de personas siguieron su ejemplo, y otras decenas la precedieron. Su acción de desobediencia impactó porque fue seguida por muchos.

Franklin McCain, un activista negro de 73 años de Carolina del Norte, en 1960 se sentó con tres amigos en la barra de una cafetería de la cadena Woolworth en la ciudad de Greensboro. Era un sitio exclusivo para blancos. Pidieron café y esperaron todo el día pero no les sirvieron. Al día siguiente regresaron pese a los insultos de los blancos y las amenazas de los policías. El fin de semana ya eran cientos y la protesta se extendió a decenas ciudades. La cadena Woolworth se vio obligada a permitir el ingreso de negros. Recién entre 1964 y 1965 el Estado se vio forzado a eliminar las leyes de discriminación racial, cuando había un gobierno que con los parámetros actuales –y teniendo en cuenta que se trata de los Estados Unidos- llamaríamos “progresista”.

Creo que esta es una de las enseñanzas más importantes que nos deja la victoria de la población de Malvinas Argentinas contra Monsanto. Debemos hacer cosas lo más inteligentes y lúcidas posibles, pero sobre todo acciones realizadas y sentidas por la gente común, acciones sencillas, pacíficas, capaces de desnudar los problemas que nos afligen, como sentarse en el lugar que uno quiere en el autobús, y no en el que te obligan, o acampar frente a una de las más poderosas multinacionales.

Lo que sigue, ya no depende de nosotros. Que una parte significativa de la población esté de acuerdo y acompañe, que llegue a participar de algún modo en la protesta, depende de factores que nadie controla y para los cuales no hay recetas ni tácticas preestablecidas. Desde el punto de vista del movimiento social y de los cambios necesarios, no podremos derrotar el extractivismo reclamando leyes al Estado. Las leyes vendrán cuando el modelo haya sido derrotado cultural y políticamente.

Es cierto que los gobiernos de la región, más allá de su orientación concreta en cada país, se apoyan en el extractivismo. Pero es la gente común organizada a la que nos corresponde derrotarlo, con miles de pequeñas acciones, como las que desarrollaron las Madres de Ituzaingó y ahora los acampantes en Malvinas Argentinas.

– Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada y es colaborador de ALAI.