Bolivia – Taller de Historia Oral Andina: “Despertamos al descubrir nuestra propia biografía”

La entrevista incluida en este reportaje fue realizada en marzo de 2011 como parte de la documentación para el libro Crónicas del estallido, un libro sobre las victorias de los movimientos sociales en América Latina. Un relato basado en los testimonios de más de 200 activistas entrevistados en un viaje de año y medio, 10.000 kilómetros hacia el norte, entre Argentina y México. Sus autores, Martín Cúneo (Buenos Aires, 1978) y Emma Gascó (Sevilla, 1982), forman parte del colectivo editor del periódico Diagonal. Para saber más sobre el proyecto, ver el índice, la introducción o el prólogo, escrito por el analista uruguayo Raúl Zibechi, entra en http://cronicasdelestallido.net/.

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Desde inicios de los años ’80, el Taller de Historia Oral Andina (THOA) se ha dedicado a recuperar la otra historia de Bolivia, un colectivo clave en el proceso de recuperación revalorización de la identidad indígena.

La sede del Taller de Historia Oral Andina (THOA) se ubica en la zona del Alto San Pedro, un barrio de La Paz con casas de dos o tres pisos de ladrillo visto, de construcción irregular y paredes manchadas con cemento, eso sí, con balaustradas estilo italiano.

Alrededor de una mesa alargada, con una fuente de hojas de coca en el medio, se juntan tres de los fundadores del THOA y muchos de los continuadores de ese “ejercicio colectivo de desalienación”, según palabras de Silvia Rivera, autora del clásico Oprimidos, pero no vencidos y una de las iniciadoras de este colectivo.

“Dentro de la historia oficial sólo se refleja la parte blanca y no están los indios. La historia oral ha conseguido llenar esos vacíos. El indio también tiene su historia, el indio también tiene sus mártires. No se hubiera sabido de ellos si no fuera por el Taller de Historia Oral Andina”, dice Rodolfo Quisbert, uno de sus investigadores de la nueva generación.

El THOA nació en 1983 en la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, concretamente en el curso de Superestructura Ideológica que impartía Silvia Rivera. Por aquellos entonces, cuenta Lucila Criales, fundadora y actual directora del THOA, el marxismo era la teoría predominante en las aulas. Criales recuerda los últimos días antes de entrar al taller: “Hablaban del Imperialismo, última fase del capitalismo, toda la historia de la Revolución rusa, el famoso 17 de octubre, el 18 de Brumario y los modos de producción asiáticos…”.

—Los pueblos primitivos entran en el modo de producción asiático —les recitaba uno de los profesores.

“Y a nosotros no nos convencía”, dice Lucila Criales. Como a tantos otros estudiantes de raíces aimaras. “Pero entonces, Silvia empezó con su discurso de historia oral, de conocer la historia de los indios”. En las reuniones en la casa de Silvia Rivera surgió la idea del taller.

—Vamos a hacer un taller bilingüe —comentaron en la universidad.

—¡Qué bien! Un taller en inglés y castellano.

—¡No! ¡En aimara y castellano!

“Era una novedad hablar de los indios”, comenta Lucila Criales. Cuando comenzaron a indagar “qué hacían los indios en las distintas partes de la historia” se encontraron con el primer obstáculo: en los archivos, hemerotecas, bibliotecas apenas existían referencias o bibliografía que permitiera reconstruir la historia desde el punto de vista de los excluidos.

No tuvieron otra opción que utilizar otros métodos. Empezaron por entrevistar a los mayores de las comunidades, quienes habían protagonizado las luchas de los pueblos indígenas o las habían oído transmitidas de generación en generación. Le siguieron los encuentros de achachilas —abuelos— y awichas —abuelas— para rescatar la memoria, la historia oral de las luchas de las comunidades desde principios de siglo contra el régimen de las haciendas. “Ahí se descubre, se ve que el texto y lo oral no son lo mismo, se expresa con mucha subjetividad, que también es información. Todo eso hace que el relato tenga mucha más fuerza”, dice Lucila Criales. A la vez, estos encuentros servían como espacios de encuentro, de transmisión de experiencias de lucha para las nuevas generaciones. Tiempo después el THOA influiría en la creación una de las más influyentes organizaciones indígenas de la actualidad, la CONAMAQ (Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasusyu).

Uno de los primeros temas en los que centraron su investigación fue el movimiento de los caciques apoderados, que pretendía recuperar las tierras usurpadas por el régimen de las haciendas en el Altiplano. “La característica de este movimiento, de esta red de caciques, era la lucha legal”, dice la directora del THOA. “Santos Marka T’ula, el principal cacique, caminaba con sus papeles, iba a la ciudad de La Paz, como era característica de los indios, con una paciencia de estar en los estrados judiciales, estar en los Ministerios, e incluso comer allí sus aptapis [comida comunitaria típicamente indígena], sus comidas, porque se quedaban ahí hasta que los recibiesen”.

Fue precisamente la historia de este cacique la que permitió al THOA salir de los círculos académicos para hacer llegar a las comunidades aimaras esta memoria oral compartida por los mayores. Con la investigación realizada, el THOA lanzó una radionovela en aimara de 90 capítulos sobre la lucha de Santos Marka T’ula. En 1986, fue retransmitida por la radio San Gabriel, una emisora de El Alto de gran implantación en las comunidades aimaras. Fue tan grande el éxito que la emitieron cuatro veces.

Luego le siguieron otras ocho radionovelas. Para Rodolfo Quisbert, la importancia de estas radionovelas es que no sólo contaban hechos históricos, historias reales, muchas de ellas en las haciendas de los años ’30, sino que obligaban a la reflexión del oyente. “Al final de cada capítulo se lanzaban preguntas. ¿Hasta dónde seguimos viviendo esta época de la hacienda?, ¿realmente es necesario vivir esta época? Los capítulos eran bastante esperados. Al mismo tiempo que se estaba fortaleciendo la parte indentitaria, se daba a conocer la historia, pero esa historia indígena, dando fuerza a las comunidades. Esas radionovelas de los ’80 ya empezaban a plantear la descolonización”, dice Quisbert.

Filomena Nina Huarcacho fue directora del THOA durante años y también una de sus fundadoras. Recuerda las situaciones de discriminación que ha vivido por ser aimara: “En la escuela yo hablaba aimara, todos los chicos hablaban aimara, sólo la profesora hablaba castellano, pero dentro del aula estaba prohibido. Tenía problemas con el castellano y sufría pues muchas críticas, duras. Dejé de hablar aimara durante un tiempo. Con todas estas situaciones de desvalorización, de desconocimiento y la alienación, prácticamente se estaba perdiendo toda una identidad que es muy fuerte en toda esta zona”.

Las dificultades continuaban para quienes querían entrar en la universidad, en los años ’70 y ’80, sobre todo si tenías como apellido Quispe o Mamani. “Tenían que tener abogados para que les cambien el apellido para entrar a la universidad. En esas circunstancias la identidad indígena, cultural, era muy difícil de mantener”, cuenta Filomena Nina.

Sin embargo, Filomena retomó su idioma materno cuando salió del bachillerato y pudo entrar en la universidad. Más aún cuando entró a formar parte del THOA. “El valorar lo nuestro, todo el conocimiento de los abuelos y las abuelas, también te da fortaleza, también te da esta autoestima, que estaba por los suelos en esos tiempos”.

—Ahora ha habido un cambio —comenta Lucila Criales—. Antes los indígenas se cambiaban el apellido. Ahora se cambian ese apellido para recuperar sus verdaderos apellidos indígenas.

—Es el caso de Juan Felix Arias. Su juicio duró 15 años para cambiar su apellido. El ahora se llama Wascar Ari Chachaki—añade Rodolfo Quisbert.

Sin ir más lejos, el apellido Quisbert proviene de “Quispe”. Otros comunarios adoptaban el apellido del terrateniente, quien lo entregaba como un “regalo”, cuenta Filomena Nina. Otros se lo cambiaban al ingresar al Ejército o cuando querían probar suerte en la ciudad. Es el caso del protagonista de la película La Nación Clandestina, dirigida por Jorge Sanjinés, uno de los cineastas bolivianos más respetados. Rodada en 1989, el film condensa el proceso de negación y recuperación de la identidad indígena. El joven Sebastián Mamani deja su comunidad y cambia su apellido indígena por el de Maisman. Se enrola en el ejército y reprime a su propio pueblo. Vuelve al ayllu al morir su padre pero, convertido en líder, se beneficia personalmente de la ayuda extranjera y oculta información a su comunidad para que no se movilice. La expulsión de la comunidad y su regreso a La Paz lo hacen tocar fondo. En medio de una gigantesca revuelta popular y la represión del Ejército, los remordimientos lo llevan a iniciar a pie el camino de regreso a su comunidad. En la espalda lleva una enorme máscara de colores y en la mente imitar una antigua danza que presenció en su infancia, el Jach’a Tata Danzanti, donde el ejecutante baila hasta morir en honor de la comunidad. Y así lo hace. Sólo entonces vuelve a ser Sebastián Mamani.

El proceso de cambios en la identidad indígena de la que hablaba Sanjinés en La Nación Clandestina, el auge del katarismo y el indianismo, los movimientos desde las comunidades de Felipe Quispe, los cocaleros en el Chapare o la defensa de la identidad indígena dentro de las grandes ciudades, se ha visto acentuada por la llegada de Evo Morales al gobierno, dice Lucila Criales. “Ahora yo también puedo ser presidente, porque esa opción antes no existía para los indígenas. Eso ha hecho que aumente la autoestima de los pueblos, que se sientan mucho más fortalecidos”.

Lucila Criales destaca la aportación del THOA en este proceso de cambio. “Despertamos de desalienación o de descolonización, despertamos al descubrir nuestra propia biografía, despertamos de un sueño que estábamos dormidos, despertamos y empezamos a reconocer lo que éramos. Y empezamos a mirarnos las caras y a empezar a decir ‘bueno, somos esto’, y nuestra lengua tiene valor, y nuestro rostro tiene valor, y nuestra comida tiene valor, y nuestra prácticas, como llevamos a nuestras wawas, cómo nos vestimos tiene valor, lo que somos tiene valor”.