Fuente: La Jornada
Han transcurrido ya seis meses desde que Barack Obama se instaló en la Casa Blanca. Un tiempo breve, pero suficiente para observar cambios y continuidades en la relación de Estados Unidos con América Latina. Destacados analistas enfatizan los cambios. Balance positivo
, titula Ignacio Ramonet su columna en Le Monde Diplomatique, en la que sostiene que Obama no ha cometido errores graves, mantiene alto nivel de popularidad y ha cumplido sus principales promesas, entre ellas inciar una nueva era
en las relaciones con América del Sur.
Seguramente la opinión anterior es la predominante aun después de las vacilaciones en relación con el golpe de Estado en Honduras, que ha llevado a otros analistas a enfatizar en las continuidades de la política exterior de Washington. Sería demasiado simplista concluir que no ha habido cambios. Obama enarbola un nuevo discurso con modales más refinados, como pudo verse en su encuentro con presidentes latinoamericanos, incluyendo gestos amables hacia Hugo Chávez, y parece intentar comprender al resto del mundo, como se desprende de su discurso del 4 de junio en El Cairo. Muy distinto, por cierto, de la soberbia del vaquero George W. Bush.
Los gestos y modos no son manifestaciones simbólicas despreciables. La humanidad de abajo ha luchado y lucha por ser reconocida, por su dignidad, que no puede circunscribirse a asuntos meramente materiales. Pero los gestos solos no alcanzan. Es en las zonas y en los momentos calientes donde deben materializarse los cambios, si es verdad que existen. Honduras es un banco de pruebas del que la administración de Obama no sale muy bien parada, pero tampoco puede achacársele apoyo directo a los golpistas. Aún es pronto para saber cómo se dilucidará esa crisis, aunque cada día que pasa sin el retorno de Manuel Zelaya a la presidencia es un triunfo de los golpistas.
En América Latina el lugar que sigue ardiendo es la región andina y Colombia. ¿Qué ofrece de nuevo Obama en ese país? Podría decirse que ni siquiera los gestos que prodiga en otros escenarios. En Colombia el militarismo crece, la presencia militar estadunidense está escalando hasta niveles prácticamente irreversibles y lo hace bajo la administración de Obama.
La retirada forzada del Comando Sur de la base de Manta en Ecuador ha llevado al Pentágono a profundizar y diversificar su presencia en Colombia. A través del Plan Colombia utiliza las instalaciones militares de Tres Esquinas y Larandia en el sur, además de por lo menos otras tres bases. La propuesta ahora es dispersar lo que había en Manta en por lo menos tres bases aéreas y dos navales. Está a punto de finalizar la negociación para la utilización de las bases aéreas de Apiay, Malambo y Palanquero, y los puertos de Tumaco y Bahía Málaga sobre el Pacífico. Sólo con la base de Palanquero (en el centro del país) el Comando Sur equilibra con creces la retirada de Manta, ya que cuenta con una pista 600 metros más larga, puede albergar 2 mil soldados y 100 naves y permite operar a los gigantescos C-17 que no lo hacían en la base ecuatoriana. Alfredo Molano adelanta la posibilidad de que Colombia autorice que un portaviones se estacione en aguas del Caribe o el Pacífico.
La nueva disposición de fuerzas estadunidenses en Colombia le permitirá avanzar en aspectos claves: la profundización del control territorial de las regiones decisivas de Colombia, en particular aquellas que por tener riquezas en el subsuelo son codiciadas por las multinacionales; proyectarse como sombra sobre sus vecinos, tanto Venezuela y Ecuador como Perú y Brasil; e incrementar el control sobre el Pacífico, en vista del creciente comercio entre China y la región sudamericana, en particular con Brasil y Venezuela.
No se trata sólo de una respuesta militar a la pérdida de la base de Manta, como sostienen analistas. El nuevo despliegue pretende erigirse en una respuesta militar integral, o sea también política y económica, al declive estratégico de la superpotencia y a la crisis por la que atraviesa. En Su-damérica la principal amenaza estragética para Estados Unidos es la alianza China-Brasil, es decir, China-América del Sur, que tiene una de sus patas en la IIRSA (Iniciativa para la Infraestructura de la Región Suramericana), conjunto de obras de infraestructura capaz de lubricar el flujo comercial Pacífico-Atlántico. De ahí la importancia de contar con bases sobre el Pacífico.
Aunque el argumento sigue siendo el narcotráfico y el terrorismo, el objetivo es reposicionar al Comando Sur como eje del control estadunidense en la región. Sabemos que la base de Manta nunca se propuso combatir el narcotráfico. Manta ahora es el primer puerto de exportación de droga en el país
, sostiene Luis Ángel Saavedra, director de Inredh. De lo que se trata, insiste, es de la construcción de un esqueleto militar
que permita el control rápido de México hasta la Patagonia, articulando así el Plan Puebla Panamá con el Plan Colombia.
Para este reposicionamiento la Casa Blanca no dudó en reforzar su alianza con la ultraderecha colombiana, con el presidente Álvaro Uribe y el ex ministro de Defensa, Manuel Santos, ambos cercanos a los paramilitares. Incluso los más ultras aprendieron el lenguaje políticamente correcto que exigen los nuevos tiempos. El general Freddy Padilla, ministro de Defensa, es ejemplo de los nuevos modales, cuando asegura que no se permite la creación de bases militares de Estados Unidos
y que no se afectará a terceros estados
. Va más lejos; dice que el nuevo convenio que se negocia respeta la soberanía de Colombia, que no se permitirá el tránsito de tropas extranjeras sino la cooperación a través del préstamo de instalaciones colombianas a los estadunidenses.
La nueva era
que prometió Obama puede quedar sólo en palabras si la realidad sigue siendo de control imperial y de injerencia abierta.