El último desafío de Castro

06/08/06 Sin Permiso

"Las variables son muchas, y las posibles combinaciones, todavía más. Son aún más indescifrables dada la descollante personalidad de Fidel, quien, júzguesele como se le juzgue, ha sido uno de los últimos gigantes de la política mundial de la segunda mitad del siglo pasado. Una personalidad única. Como ha dicho una vez su amigo García Márquez, ‘Fidel Castro es la principal fuerza de la revolución, pero también su principal debilidad"

Nosotros no lo esperamos, pero tal vez haya comenzado el último desafío de Fidel. Desde hace tiempo, un año al menos, habían empezado los movimientos dentro de la dirigencia cubana para evitar que el después de Fidel coincidiera, de uno u otro modo, con el Apocalipsis, y para dar un mínimo de garantías de que la revolución sobreviviría a la salida de escena del dirigente máximo. Todo daba a entender que el último desafío de Fidel coincidiría con su octogésimo cumpleaños, para el que se preparaban los festejos del 13 de agosto. Ciertamente, nadie, empezando por él mismo, que había dejado dicho que "un revolucionario no se jubila nunca", podía pensar en el retiro. Cuando más, en una serie de pasos que habrían de preparar a los cubanos y al mundo entero para el "después". Ahora, después de que en la noche del lunes se precipitaran las cosas, aquel desafío parece acelerarse y no aguardar ya más al mañana, sino atenerse al hoy. Fidel, dice el comunicado leído en la TV cubana por su secretario personal, no ha aguantado el "estrés extremo" del viaje a la Argentina para la cumbre del MERCOSUR y, luego, de las celebraciones del aniversario del asalto al Moncada del 26 de julio del 53. Y se ha desplomado. Intervenido en una operación de la que todavía no se sabe mucho, pero que debe haber sido grave, y que, como dice en su carta, lo obligará a quedar fuera de juego "por varias semanas". Nunca había ocurrido, en 47 años de poder total y totalizante, que se resolviera a delegar sus poderes a otros, a su hermano Raúl, el eterno número dos, ya anciano (acaba de cumplir 75 años) antes de convertirse en "grande", ni tampoco a otros componentes de la nomenclatura. En estas horas, las preguntas y las incógnitas se multiplican y acumulan. ¿Qué será de Cuba? ¿Qué será, para bien y para mal, de la revolución? ¿Qué hará Raúl, y sobre todo, quién es Raúl? ¿Qué hará Bush, que acababa de anunciar el pasado 10 de julio su nuevo plan (respaldado por 80 millones de dólares) para favorecer "la transición a la democracia" en Cuba? La cubana, vuelva o no Fidel al poder, ¿será una sucesión o una transición? ¿Y hacia qué? Las variables son muchas, y las posibles combinaciones, todavía más. Son aún más indescifrables dada la descollante personalidad de Fidel, quien, júzguesele como se le juzgue, ha sido uno de los últimos gigantes de la política mundial de la segunda mitad del siglo pasado. Una personalidad única. Como ha dicho una vez su amigo García Márquez, "Fidel Castro es la principal fuerza de la revolución, pero también su principal debilidad". Porque él "es" -o "era"— la revolución. Y la gran incógnita del momento presente es comprender si ha tenido éxito en su tarea más colosal: dar a su criatura la fuerza y las piernas para poder caminar también después de él, y sin él. Casi medio siglo de poder es un tiempo demasiado largo para cualquier dirigente, también para un gran dirigente. Incluso para quien ha tenido que moverse en la tempestuosa segunda mitad del siglo breve. Incluso para quien lleva desafiando, desde hace medio siglo, a la superpotencia arrogante y global que se halla a sólo 90 millas de Cuba. Y que nunca le ha perdonado haber arrebatado a la isla aquella condición de casino y burdel barato para los americanos, mafiosos o no, que venía durando desde los tiempos en que fue "liberada" de España.

Desde Eisenhower hasta hoy, todo presidente que ha puesto pie en la Casa Blanca ha prometido "liberar" a Cuba de sus libertadores y traer a la isla una democracia genuina. Fidel ha visto desfilar a 10 presidentes. Nosotros esperamos que el horrendo Bush no sea el último. En cualquier caso, cualquiera que sea el resultado del mal que se ha cebado sobre Fidel, los americanos tendrán que estar atentos. Pueden dejar que los exaltados de la calle 8 de Miami salgan a brindar y a festejar, pero, como otras veces, no está dicho que ésta sea la buena, ni que, si lo fuese, el fin de la historia sea el por ellos esperado. Porque, se decía, el mecanismo de la sucesión -o de la transición— estaba ya en marcha, dispuesto por el mismo Fidel. Tal vez una premonición, tal vez el miedo al vacío después de él. Que luego el mecanismo funcione, o adónde lleve, es otra historia. No está dicho que, contrariamente a quienes confían en el desplome de todo el sistema, no puedan coincidir sucesión y transición. Últimamente, en la isla, se prestaba -o se volvía a prestar— mucha atención a la figura de Raúl, señalado, por la Constitución pero no sólo, como el hombre que debería guiar Cuba en el post-Fidel. Pero, en junio, el mismo Raúl, hablando precisamente ante los jefes militares, había recordado que "el Partido Comunista, como institución que reúne a la vanguardia revolucionaria" es el único capaz de recoger la herencia de la dirigencia "insustituible" de Fidel. Lo que se perfila cada vez más claramente es "una sucesión institucional". Un triángulo con Raúl en el vértice más alto, las fuerzas armadas y el partido en los ángulos de base. Pero puede que esto no baste. Porque Raúl es una incógnita, y nadie sabe a ciencia cierta si puede reservar sorpresas, y cuáles. Desde luego no posee el carisma extraordinario del hermano, y es improbable que, a su edad, logre forjárselo. Que puede no bastar, se infiere de las palabras pronunciadas en el parlamento, a fines de diciembre, por el joven ministro de asuntos extranjeros Felipe Pérez Roque, uno de la generación de los cuarentañeros por el que Fidel ha apostado fuerte: el liderazgo post-Fidel tendrá que saber mantener "la autoridad moral", "el apoyo de la mayoría de la población", y deberá impedir que "reaparezca una clase propietaria en la isla". No es poco, ni fácil. Los indicios de que la cosa estaba moviéndose hacia la sucesión estaban ya presentes antes de la enfermedad de Fidel. Las insistentes declaraciones, conforme a las cuales la nueva dirigencia no deberá ser ya de un hombre, sino colectiva (y esto, si funcionara, sería una gran respuesta); el celo de la nomenclatura cubana en la reafirmación del papel de las fuerzas armadas y del partido comunista (tanto, que se ha reestablecido el papel del secretario general, abolido en los años 90); los pasos hacia la recentralización de la economía bajo un más estricto control estatal, después de que la apertura a la iniciativa privada hubiera llevado a un serio desbarajuste del "igualitarismo en la pobreza", dando una posición de mayor y creciente privilegio a quienes podían manejar dólares (que no eran sólo las vituperadas jineteras); la insistencia en la figura de Raúl, que daba la impresión de promoverlo, más allá de la oficialidad constitucional, al rango de sucesor. Lo que sucederá, nadie puede decirlo con certeza en estas horas. Los americanos perfilan al menos una veintena de escenarios posibles, pero los analistas de la CIA jamás han acertado en los últimos 47 años, razón por la cual no pueden tomarse en serio. ¿Sucesión o transición? ¿Lenta o rápida? ¿Pacífica o violenta? Osvaldo Payá, el disidente democristiano tal vez más serio y temible, dice que "el fidelismo, o sea, la concentración del poder, no podrá continuar sin Fidel", por lo que, según él, cualquier gobierno posterior será transitorio. Hacia dónde, empero, no está claro, y dependerá de muchos factores. El primero, inevitablemente, es "el factor EEUU", que sin embargo es peligroso de manejar, porque los cubanos, antes aún que socialistas, son fidelistas, es decir, nacionalistas. El segundo factor está ligado a la economía: ¿tendrá que abrirse para buscar mayor consenso, o se cerrará todavía más en sí misma en un modelo estatalista? El tercer factor son las fuerzas armadas, depositarias del orgulloso sentimiento de independencia nacional, pero también de un gran poder económico.

¿Será una transición a la china, o a la vietnamita? Pronto se verá, porque la sucesión cubana, que había ya comenzado al paso, podría ahora, por la fuerza de las cosas, pasar al galope.

Maurizio Matteuzzi es un veterano periodista y analista italiano especializado en España y América Latina que escribe regularmente en el cotidiano comunista Il Manifesto.

Traducción para www.sinpermiso.info : Leonor Març