Escrito para Fifth Estate (fifthestate.org), edición verano 2010
En la primavera de 2000, el pueblo de Cochabamba, Bolivia, se alzó contra la privatización de sus recursos de agua y obligó a la corporación Bechtel, con base en los Estados Unidos, a retirarse, y al gobierno neoliberal de Bolivia a retroceder. La rebelión abrió un nuevo espacio político en Bolivia, al catalizar los movimientos y movilizaciones masivas más poderosas, radicales y visionarias del planeta.
Mi amiga y colaboradora Mona Caron, una muralista pública de San Francisco, y yo estuvimos seis semanas en Cochabamba, una ciudad en el centro de Bolivia, durante marzo y abril, creando arte y gráficas junto con comunidades y organizaciones locales. Asistimos invitados por el comité organizador de la Feria Internacional del Agua, que conmemoraba el décimo aniversario de lo que se ha dado en llamar la Guerra del agua. También participamos, junto con otras 30.000 personas, de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, organizada por el gobierno boliviano del presidente Evo Morales.
En una “Asamblea de Movimientos Populares” de la bahía de San Francisco, previa al Foro Social de los Estados Unidos de junio de 2010, en Detroit, que congrega a organizaciones locales de base, un respetado organizador comunitario de trayectoria dijo que deseaba un “socialismo del siglo XXI, como el de Evo Morales en Bolivia”.
Para muchos, Bolivia sirve de modelo e inspiración para quienes, en los Estados Unidos y en el mundo, luchan por el cambio. Los movimientos sociales de Bolivia se encuentran entre los más sofisticados y poderosos del mundo, y aunque Bolivia es muy distinta, los que buscamos el cambio en nuestras propias comunidades podemos aprender mucho a partir de lo que allí ocurre.
Los movimientos sociales bolivianos han tomado dos caminos para llevar a cabo el cambio social: por medio del poder gubernamental, como ha hecho Evo Morales y su partido político MAS (Movimiento al Socialismo), o por medio del cambio desde abajo, planteado en la pasada propuesta visionaria que abarcó a todos los movimientos, la Asamblea Constituyente, y también en las prácticas estratégicas, bien organizadas y directamente democráticas de los movimientos sociales. Ninguno de esos modelos puede clasificarse en compartimientos ideológicos simplistas y viejos: anarquista, socialista o progresista.
Volví con una mirada compleja sobre los movimientos sociales bolivianos, en particular sobre las contradicciones de los movimientos que buscan un cambio radical y se convierten en gobiernos, y el liderazgo asumido mundialmente por el gobierno boliviano en el tema del clima y la crisis ecológica, con su propia economía basada en la extracción de recursos. La organización masiva y las movilizaciones de los movimientos sociales de Bolivia abrieron el espacio para que Evo Morales fuera elegido como el primer presidente indígena en un país de mayoría indígena. En el cargo, ha aprobado muchos cambios positivos y ha contribuido a la desaparición de elites y partidos de derecha.
Sin embargo, los intentos por cambiar nuestras comunidades y nuestro mundo dejando que partidos de izquierda asuman el poder del estado han ocasionado en gran parte desastres sociales y ecológicos. A la inversa, las prácticas y experimentos de los movimientos de todo el mundo que crean cambios desde abajo, especialmente en América Latina, y evitan así la trampa que supone perseguir el poder político, ofrecen un camino esperanzador que podemos estudiar, y del que podemos aprender.
Seattle 1999 y la Guerra del agua en Bolivia
La “Guerra del agua” comenzó al mes siguiente de la interrupción de la reunión de la OMC en Seattle, en noviembre-diciembre de 1999, cuando en los Estados Unidos miles de nosotros estábamos ocupando el centro de Washington DC para desbaratar las reuniones del FMI y el Banco Mundial.
Cochabamba fue mucho más intensa y sostenida que Seattle, pero ambas acciones masivas abrieron nuevos espacios políticos en cada país y marcaron una escalada de oposición al capitalismo corporativo globalizado.
Mientras Mona dirigía la creación de un mural de 128 pies sobre la guerra del agua, y ambos facilitábamos talleres de arte en el Complejo Fabril, propiedad de los trabajadores, hablábamos a diario con Oscar Olivera.
Oscar fue un trabajador de una fábrica de calzado que se convirtió en líder sindical de base y fue vocero, además de organizador y estratega clave, de la Coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida, organizadora de las movilizaciones y estrategias que permitieron ganar la guerra del agua, lucha que alcanzó una feroz intensidad y llevó al colapso del gobierno.
Oscar es el crítico más profundo de su antiguo compañero organizador, Evo Morales, y uno de los voceros, estrategas y pensadores más fuertes del mundo en lo que respecta a la creación del cambio desde abajo, basado en la experiencia y la práctica de primera mano.
En Cochabamba!, su relato sobre la Guerra del agua, Oscar explica la ley de privatización del gobierno que desató la resistencia popular masiva.
“En 1999 y 2000, después de privatizar muchas industrias, más significativamente las minas, las transnacionales, el Banco Mundial y las mafias del gobierno intentaron quitarnos el agua. Cuando se aprobó la Ley 2029 el 29 de octubre de 1999, sólo la mitad de la población de Cochabamba estaba conectada al sistema de agua central.
“Muchos otros obtenían el agua de pozos cooperativos que se habían construido en cada barrio para satisfacer las necesidades de la comunidad. La Ley 2029 exigía que los sistemas de agua autónomos fueran entregados sin reembolso alguno para las personas que habían invertido su tiempo y su dinero para construir sistemas de agua propios.
“La ley llegó tan lejos que incluyó los pozos ubicados en casas particulares. Les exigía a las personas pedir permiso al superintendente de aguas para recoger agua de lluvia”.
Después de que la Ley de Aguas entró en vigor, se conocieron detalles sobre el acuerdo que el gobierno había trabado con un consorcio empresarial privado.
Olivera escribió: “Peor que la Ley 2029 fue el contrato por cuarenta años con Aguas del Tunari para administrar el sistema de agua de Cochabamba. Registrada en las Islas Caimán, la Corporación Bechtel, con base en los Estados Unidos, poseía un interés mayoritario en el consorcio Aguas del Tunari. En algunos casos, las cuentas de agua de los habitantes treparon hasta el 300 por ciento. Un jubilado o un maestro que ganaba $80 al mes, podía encontrarse con que su cuenta subía de $5 a $25 por mes. Las personas ven el agua como algo bastante sagrado. Para nosotros el agua es un derecho, no algo para vender”.
Tras la Guerra del Agua, los movimientos sociales bolivianos lucharon la Guerra del gas en 2003 para reclamar el petróleo y el gas natural boliviano, en manos de corporaciones multinacionales, guerra que aún debe ganarse plenamente. Cuando el gobierno respondió a las demostraciones masivas y los bloqueos con balas, lo que dejó muchos muertos y heridos, el país se alzó indignado y expulsó al presidente Gonzalo “Goni” Sánchez de Lozada, quien huyó a los Estados Unidos, donde permanece al día hoy.
Dos años después, Evo Morales fue elegido presidente de Bolivia, y junto con su partido MAS ha cambiado el país y ha complicado el papel de los movimientos sociales.
Convocatoria a una Asamblea Constituyente para reemplazar el Estado
“Una lección de la Guerra del agua se destaca claramente: la necesidad de desmantelar el estado existente”, Oscar Olivera, 2004
Los movimientos sociales que ha catalizado la Guerra del agua, con su modo masivamente participativo, democrático y horizontal de organización y movilización, y su aprovechamiento de las raíces comunitarias de la mayoría indígena del país son, quizá, los más radicales y visionarios en el mundo.
Desde el año 2000, ha habido un amplio apoyo entre los movimientos sociales para reemplazar el sistema de partidos políticos dominados por la elite, las elecciones y los políticos profesionales por una Asamblea Constituyente de elección directa.
Le pregunté a Marcela Olivera, la hermana de Oscar Olivera, de dónde provino la idea de una Asamblea Constituyente. Marcela participó en la Guerra del agua, fue organizadora de la Coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida, y en la actualidad es coordinadora de Red Vida, la red internacional de movimientos del agua que emergió en los años posteriores a la Guerra del agua. También fue una de las organizadoras del décimo aniversario.
Dijo: “En Bolivia, durante casi 20 años, el sistema neoliberal dejaba las decisiones en manos de una elite. Entonces, dijimos: ‘Cambiemos las reglas del sistema; llamemos a una asamblea constituyente en la que nosotros, el pueblo, podamos decidir en qué tipo de país queremos vivir’”.
“Eso no era posible en el corto plazo, pero sucedió cuando Morales asumió el poder. Cuando Morales convocó la asamblea constituyente, nos dimos cuenta de que los parámetros para que se llevara a cabo la asamblea eran completamente erróneos”.
“Los distintos sectores que conforman Bolivia, sindicatos fabriles y de otros sectores, sectores indígenas, etc., no podían participar. En lugar de ello, estaban allí los mismos partidos políticos con otros nombres: los viejos partidos de izquierda, los viejos partidos de derecha, las mismas personas”.
Feria del agua y Comités de agua
El 15 de abril, Mona y yo marchamos junto a 3.000 personas por las calles de Cochabamba diez años después de la Guerra del agua, para conmemorar la victoria. El sindicato de trabajadores fabriles encabezó la procesión con un grupo de niños de los vecindarios más pobres de la Zona Sur, llevando la marioneta azul gigante que había hecho su comunidad con Mona y conmigo en los talleres. Muchos otros se sumaron a la marcha y a la Feria del Agua, entre ellos, representantes de movimientos de todo el mundo que luchan por el derecho al agua.
El grueso de los manifestantes venía de Zona Sur, muchos de los cuales resistieron ferozmente durante la guerra del agua. El sistema de aguas público, SEMAPA, no abastece a sus vecindarios, entonces se han organizado en comités vecinales de agua, cada uno compuesto por varios cientos de familias, y autogestionan sus propios sistemas de agua comunitarios. Además de tomar decisiones y elegir coordinadores mediante asambleas, construyeron físicamente el sistema de agua local con sus propias manos.
La Feria Internacional del Agua se realizó el fin de semana siguiente, y cada comité de agua expuso los sistemas de agua que había construido y las innovaciones que había introducido. Miles de familias concurrieron a la feria, donde visitaron las exhibiciones y las mesas, disfrutaron de la bebida, la comida y los espectáculos.
Sin patrones, sin caudillos, sin partidos
Un colorido calendario de pared de la Federación de Trabajadores Fabriles de Cochabamba muestra tres puños gigantes, cada uno con un color de la bandera boliviana, y en ellos se lee: “Sin patrones, sin caudillos, sin partidos”.
Los fabriles son quizá los que mantienen más claramente su independencia del popular partido gobernante de Morales, el MAS. Cuando el gobierno dirigido por el MAS propuso una nueva ley de trabajo cuyas disposiciones limitaban el derecho de los trabajadores a la huelga y reducían las licencias por maternidad, los fabriles fueron el único sindicato que resistió y organizó manifestaciones de protesta. Un mes después, el gobierno retiró la ley.
Algunos activistas del MAS dicen: “O estás con el MAS, o estás con los fascistas”, es decir, las elites de derecha que se oponen a Morales y sus seguidores. Pero aun quienes votan y apoyan al MAS se movilizan y presionan al gobierno para que implemente más cambios significativos de los que parece dispuesto a introducir por iniciativa propia.
Le pregunté a Marcela Olivera qué factores creía importantes a la hora de exigir cambios desde arriba, mediante el gobierno. Su respuesta fue: “Hemos aprendido durante los últimos años que el cambio real nunca se hace desde arriba. Viene de abajo. Por eso es tan importante tener movimientos independientes y no cooptados, más allá de quién esté en el poder, porque ellos son los que harán posible el cambio.
“Cuando los neoliberales estaban en el poder, las personas hacían posible el cambio mediante movilizaciones. Por eso es que, aunque suene contradictorio, Evo Morales está en el poder. Sin embargo, ahora mismo en Bolivia, los movimientos sociales han sido cooptados, y a los pocos que aún son independientes se los criminaliza y se los acusa de ser la nueva derecha”.
Marcela agregó: “El cambio real está en el terreno, en el trabajo diario que hacemos. En Bolivia, sabemos que las soluciones no vendrán del estado. Las personas tienen que buscar las soluciones en sus propias manos. Eso es exactamente lo que pasó con los comités de agua en el sur de Cochabamba o en los suburbios en Santa Cruz. Ya no vemos al estado como un ‘padre’ que debe brindar soluciones o cuidar de nosotros”.
Autogestión
En los Estados Unidos, yo mismo, y a menudo otros radicales, nos encontramos en la incómoda postura de oponernos a la privatización de la educación, la asistencia social o el agua, mientras que reconocemos los profundos problemas que existen en el modo humillante en que el estado y las agencias federales gestionan nuestros recursos y administran los servicios básicos.
Mientras escuchaba a organizadores bolivianos de movimientos sociales, me di cuenta de que cuando dicen “El agua es nuestra. ¡Carajo!” o exigen la nacionalización del gas y el petróleo, su visión no es únicamente sacar los recursos de las manos privadas de los capitalistas corporativos para que los administre el gobierno.
Más bien, usan el término “autogestión”, es decir, administrado directamente por las personas. Marcela explicó esta idea.
Dijo: “Después de la guerra del agua, cuando la compañía fue recuperada, teníamos un dilema. No queríamos que la compañía regresara a manos del estado, que fuera ‘pública’ nuevamente, porque antes de la privatización del agua la compañía era muy mala; era corrupta; era manejada por políticos. Con las privatizaciones, las cosas no mejoraron. Entonces, no queríamos ninguna de esas alternativas: ni privado ni público, en el sentido de pertenencia al estado.
“Empezamos a cuestionar el concepto de ‘público’. ¿Qué significa ‘público’? ¿Es cuando está en manos del estado? ¿O de nuestros gobiernos locales? ¿De nuestras municipalidades? Creemos que algo es público cuando está en manos del pueblo, cuando el pueblo puede decidir, participar, controlarlo. Eso significa ‘autogestión’, cuando decidimos sobre algo. En el caso del agua, queremos que sea autogestionada.
Guerras del clima: Movimientos sociales mundiales vs. capitalismo
“Estamos hoy aquí porque los gobiernos del mundo no pudieron lograr un acuerdo en Copenhague [en diciembre de 2009] sobre la reducción de emisiones y no lograron actuar sobre el cambio climático. El capitalismo mercantiliza todo. Busca su continua expansión. Hay que cambiar el sistema. Tenemos que elegir entre cambio o muerte. El capitalismo es el enemigo número uno de la humanidad”.
—Evo Morales, presidente de Bolivia, Ceremonia de apertura de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra.
Hoy, el principal conflicto entre los movimientos sociales mundiales y el capitalismo es por el clima. Cuando el pasado mes de diciembre se reunieron en Copenhague 170 jefes de gobierno en la cargada 15ª asamblea de las Naciones Unidas para tratar la crisis climática, los Estados Unidos y otros países ricos ignoraron abiertamente a las naciones más pobres del mundo, las que reciben el impacto más inmediato del cambio climático. Cualquier pretensión de proceso fue desechada, lo que permitió a los grandes contaminadores forzar el llamado Acuerdo de Copenhague, que asegura que no se regule ni se evite la contaminación climática que causan los países ricos. Copenhague dejó en claro que el proceso de la ONU no resolverá el cambio climático y que los países ricos están comprometidos a oponerse a cualquier solución real.
Miles de manifestantes se movilizaron en las calles enfrentando la dura represión policial danesa, y mantuvieron foros alternativos de construcción de movimientos. Bolivia fue uno de los pocos países que votaron en contra del apresurado acuerdo, apodado “Desacuerdo de Copenhague”. El gobierno de Morales se alió con los movimientos sociales en las calles, que se habían movilizado desde todas partes de Europa y en todo el mundo, y el presidente boliviano manifestó una postura explícitamente anticapitalista, más radical que la de muchos de los grupos ambientalistas presentes.
Tras el fin de Copenhague, Morales anunció que Bolivia sería la sede de una Conferencia de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra que se celebraría en abril, en Cochabamba, e invitó a activistas y gobiernos de todo el mundo. Asistieron 30.000 personas de Bolivia, América Latina y el mundo, junto con representantes de distintos gobiernos. Aunque fue completamente ignorada por los principales medios estadounidenses, la conferencia logró abrir un espacio alternativo para tratar el tema del cambio climático.
Habiendo participado recientemente en la Feria del Agua en Cochabamba, de fuertes características de base, el contraste con una conferencia auspiciada por el gobierno en la que el estado boliviano tuvo un papel dominante, fue marcado. El gobierno reservó todos los hoteles de la ciudad para los participantes, y hasta pagó para llevar activistas al evento, lo que incluyó el alquiler de un avión para transportar a 50 activistas de la ciudad de Nueva York. Para los que no podían pagar un hotel había alojamiento gratuito en cuarteles militares. Participaron oficiales del ejército boliviano, y estudiantes angloparlantes de la escuela secundaria local y de una universidad privada del lugar donde se celebró la conferencia en Tiquipaya, en las afueras de Cochabamba, asistieron para ayudar a los participantes invitados.
La ceremonia de apertura se realizó en un estadio deportivo y fue una combinación surrealista: una concentración masiva de izquierda con banderas nacionales y de movimientos sociales que se agitaban como en las marchas de los Foros Sociales Mundiales, grupos de danza indígenas increíblemente hermosos, con sus trajes, zigzagueando por el estadio, y una ceremonia oficial del estado con soldados de uniforme que marchaban en formación. Morales, acompañado por otros jefes de estado y representantes de movimientos, hizo una entrada dramática y pasó revista a las tropas; a eso siguieron horas de discursos, que terminaron con música popular e indígena boliviana.
De los 17 grupos de trabajo, o “mesas”, de la conferencia sobre el clima surgió un documento, la Declaración de los Pueblos de Cochabamba, y también una nueva red de coordinación internacional, el Movimiento Mundial de los Pueblos, que incluyó a gobiernos participantes y movimientos sociales. Representantes indígenas y sus aliados, como Tom Goldtooth de la Red Ambiental Indígena (Indigenous Environmental Network), lucharon con esmero para cambiar la postura de las conferencias sobre la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD, por su sigla en inglés), que viola la autodeterminación de comunidades en zonas de bosques.
Mesa 18: nada de “sacar los trapitos al sol”
Sin embargo, el gobierno de Morales le negó el espacio a una red de comunidades bolivianas que luchan contra el impacto de los proyectos de extracción de recursos (petróleo y gas, minería, silvicultura, represas, etc.) para que pudieran presentar sus luchas y sus fundamentos críticos para detener el cambio climático. Representantes del gobierno les dijeron que esos eran “asuntos locales” y que esta esa era una conferencia internacional en la que no querían que “se saquen los trapitos al sol”.
Los grupos excluidos decidieron crear su propio espacio fuera de la conferencia oficial, al que llamaron “Mesa 18”, ya que había 17 mesas con aprobación oficial. En la mesa 18, un organizador me dijo que el gobierno les había hecho las cosas difíciles. Después de haber alquilado un lugar a unas cuadras de la universidad en la que se celebraba el evento, un representante del gobierno se puso en contacto con el dueño del lugar y le ofreció más dinero para cancelar el alquiler. Finalmente, la mesa 18 consiguió otro sitio con un dueño que respetó el acuerdo.
En la sesión de apertura, el coorganizador de la Mesa 18, Rafael Quispe, dijo: “Tanto el capitalismo como el socialismo dependen de la extracción de recursos, que no es compatible con el cuidado de la Madre Tierra. El ochenta por ciento de la economía de Bolivia, como las de otros países del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), depende de la extracción de recursos”. La Mesa 18 oyó relatos de docenas de comunidades afectadas por la destructiva extracción de recursos en Bolivia y emitió una declaración que ofrece una crítica constructiva del foro climático.
Su introducción dice, en parte: “Este grupo de trabajo se estableció como un espacio necesario de reflexión y crítica dentro de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Su objetivo es proveer un examen más profundo de los efectos locales del capitalismo industrial global. Asumimos la responsabilidad de cuestionar a los llamados gobiernos populares de América Latina y su lógica destructiva y consumista, y la lógica mortal del desarrollo neoextractivo”.
David Solnit es organizador de Mobilization for Climate Justice West, y Courage to Resist, y es coautor de The Battle of the Story of the Battle of Seattle (La batalla de la historia de la batalla de Seattle) y editor de Globalize Liberation (Globalizar la liberación).