Los sobrevivientes del terremoto en Haití necesitan derechos sociales y económicos

“Es una pesadilla de la que nunca te despiertas”, dijo una de las personas que coordinan Partners in Health (Socios en Salud) en Puerto Príncipe, en referencia al terremoto del 12 de enero y a sus consecuencias sociales.

La ‘pesadilla’ tiene raíces profundas en la violencia estructural: el conjunto de sistemas y políticas nacionales e internacionales que ha dejado a la mayoría de la población en Haití (y en el mundo) abandonada y con falta de recursos.

Sobrevivir en Haití suele ser como caminar en la cuerda floja. La catástrofe que comenzó con el terremoto ha significado para muchos la pérdida del equilibrio, y los ha arrojado al vacío.

Esa pérdida de equilibrio puede causarla una acción aparentemente pequeña, sin dramatismo: el terremoto dañó la casa de una familia, entonces se mudaron a otro lugar. Pero el nuevo hogar está muy lejos para Dieusel, que solía lavar su ropa, caminar, y que no tiene dinero para el boleto del autobús. No puede encontrar a nadie que requiera de sus servicios, ya que todos se están ajustando los cinturones. Antes ganaba $4 por semana y, si bien siempre fue una lucha, sentía que tenía buenas posibilidades de mantener con vida a sus cuatro niños. Habla de su hambre constante como de un ‘Calvario’, una referencia al lugar donde fue crucificado Jesús.

Dieusel me contó esa historia el mismo día en que un chofer me dijo que había perdido el trabajo cuando su jefe se trasladó a los EE. UU. después del terremoto. Él tampoco pudo encontrar a nadie que le ofreciera un trabajo. Historias similares se desarrollan en todo el país con extenuante repetición. Dieusel y el chofer, y otros al igual que ellos, no tenían ninguna protección antes del terremoto, y hoy puede pasar cualquier cosa.

Un conjunto de grupos haitianos están promoviendo los derechos sociales y económicos de los sobrevivientes del terremoto y otros damnificados cuya vulnerabilidad ha aumentado por la crisis. Habiendo sido excluidos de todo proceso formal de consulta y toma de decisiones, los grupos de base de la sociedad civil están utilizando las herramientas que tienen para promover su agenda: distribuyen documentos de posición, movilizan la resistencia popular, intentan acceder a los medios de comunicación y fomentan la solidaridad internacional. Un reclamo central es que se respeten los derechos a una vivienda digna, trabajo, acceso al agua, educación y atención médica.

En nombre de los movimientos sociales de Haití, Camille Chalmers de la Plataforma por un Desarrollo Alternativo en Haití (PAPDA) me dijo: “Tenemos que proyectarnos hacia el futuro. Estamos presionando para abrir un espacio para que el pueblo de Haití pueda determinar su futuro e impactar en los procesos internacionales. Estamos desarrollando alternativas políticas sobre la coyuntura, para lograr un desarrollo diferente. Estamos llevando estas ideas hacia afuera para analizarlas con los grupos de base, y también llegando a la diáspora y a los grupos de solidaridad en otros países. Estamos promoviendo una cultura de la resistencia”. (Véanse declaraciones y posturas de los movimientos populares y la diáspora de Haití sobre las prioridades para garantizar los derechos sociales y económicos, y sobre la reconstrucción, en este documento).

La constitución de Haití garantiza el “derecho a la vida, la salud, y el respeto por la persona humana” y reconoce “el derecho de todo ciudadano a una vivienda decente, educación, alimentación y seguridad social”.

El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU reconoce el “derecho de toda persona a un nivel de vida adecuado para sí y su familia, incluso alimentación, vestido y vivienda adecuados, y a una mejora continua de las condiciones de existencia;… a estar protegida contra el hambre;… [y] al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental”.

Ricot Jean-Pierre de PAPDA dijo: “El gobierno debe hacerse responsable de las vidas de sus ciudadanos”.

Pero como me manifestó el organizador comunitario Louisnor Gilles (un comentario que he oído muchas veces y de muchas formas desde el terremoto): “Desde el primer segundo, el gobierno se volvió ciego, sordo y mudo. No el primer minuto, el primer segundo”.

El gobierno haitiano no es el único responsable de no haber garantizado el bienestar de los que quedaron devastados, ni del fracaso de los miles de millones recibidos en ayuda monetaria para estabilizar a la población de modo sustancial. Ahora el país está gobernado por un Comité Interino para la Reconstrucción de Haití. Trece de sus 25 miembros son extranjeros, y está codirigido por el  enviado especial Bill Clinton y el Primer Ministro Jean-Max Bellerive. Esto formaliza la realidad que se vive desde el 12 de enero: las decisiones sobre políticas y la implementación de programas las llevan a cabo gobiernos internacionales, la ONU y grandes ONG extranjeras. Comparten la culpabilidad, por comisión y omisión, porque  lo que estaba previsto como ayuda para la situación de desastre se convirtió en un desastre de ayuda.

La respuesta haitiana e internacional a las necesidades extremas de los 1,3 a 1,6 millones que viven en las calles o en campamentos[1] es reubicarlos en otras carpas de otros campamentos. “El estado nos debe un lugar seguro para quedarnos”, dijo la estudiante universitaria (lo era al menos hasta el momento en que ocurrió el terremoto; ahora su universidad está cerrada) Edithe Jean-Jaques, que en la actualidad vive en una carpa en el barrio de Babiole. Edithe cuenta que pasa cada noche mojándose bajo las lluvias torrenciales.

La temporada de huracanes comienza el 1 de junio. Para ese momento, Edithe y todos los que están en su situación no estarán protegidos más que por un fino pedazo de nylon o tela. No pude encontrar ningún plan de ningún gobierno o agencia haitiana o internacional que respondiera a ese riesgo de alguna manera, lo que incluiría, como primer paso, proveer vivienda permanente y sólida.

Los campamentos de los desplazados son un retrato de la pobreza y la negligencia sociales. Las personas están apretujadas entre extraños, a veces a no más de un brazo de distancia. A menudo los residentes me cuentan que se sienten violados por el ruido, la saturación de gente y la proximidad constante con cientos, o más bien miles, de extraños. No tienen un lugar seguro o privado donde hacer sus necesidades, asearse, lavar su ropa, relajarse o, en el caso de los niños, jugar. A veces pueden recoger el agua para lavar de los grifos públicos o de las bolsas de plástico gigantes que entregan las agencias, otras veces, no.

El riesgo de violación para mujeres y niñas en los campamentos es constante. Los niños abandonados corren peligro de caer rápidamente a manos de los vecinos en el sistema restavek (de esclavitud infantil).

La pobreza en los campamentos es tal que algunas jóvenes cuyos padres han muerto o están en otro sitio recurren a la prostitución para sobrevivir. Malya Villard de la Comisión de las Mujeres Víctimas para las Víctimas (KOFAVIV) dice: “Pasas por las carpas y ves niñas huérfanas debajo de un hombre”. El precio regular oscila entre los US$2,50 y US$5,00.

En cuanto a la educación, en Puerto Príncipe, tras la suspensión posterior al terremoto, las escuelas están reabriendo sus puertas. Las condiciones en las que han quedado las víctimas del terremoto excluyen a muchos de los que quedaron en la calle,  por no decir a todos. “Este año es solamente para los que están arriba. Para los pobres no existe”, dijo una mujer de un campamento. En un debate espontáneo que surgió en un angosto pasillo de tierra del campamento, las madres contaron que ninguno de sus hijos puede regresar a la escuela, ya sea porque están exhaustos— “están  durmiendo en el barro”, como dijo una de ellas— o porque sus uniformes quedaron aplastados en las casas derrumbadas y no pueden comprar unos nuevos.

Obtener alimentos es otra fuente colectiva de estrés. La misma advertencia que se hace para todas las demás necesidades sociales básicas se aplica en este caso: pocos tienen el dinero para comprar comida. Muy rara vez se distribuyen alimentos (y cuando se hace, se trata principalmente de arroz), y esto ocurre en condiciones tensas, según los cientos de entrevistas que realicé. Getro Nelio, que vivía en el estadio de fútbol del centro de la ciudad hasta que la policía destruyó su refugio y el de otras personas, y los echó, describió cómo cientos de vecinos pasaron toda la noche en la acera cuando se corrió la voz de que al día siguiente se entregaría arroz en el estadio.

La comida se ha vuelto aun más escaza ahora que algunas agencias internacionales suspendieron la distribución. Una de ellas es el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que afirma que “está transformando su programa para apoyar la campaña de recuperación a través de la seguridad alimentaria de largo plazo y las inversiones en capital humano”.[2]

Mientras un helicóptero militar estadounidense pasaba sobre nuestras cabezas, una mujer me dijo: “Eso es lo único que dan”.

A juzgar por los informes, la asistencia médica es otra fuente constante de preocupación. Los campamentos están llenos de enfermos: es el resultado de la falta de higiene combinada con una mala nutrición, estrés y falta de descanso. Si bien algunas clínicas son gratuitas —como las de Partners in Health, el equipo médico cubano y Médicos sin Fronteras—, puede ser necesario tomar un autobús, lo que está lejos del alcance de muchas familias. En la investigación informal que he realizado por necesidad, en nombre de amigos y aliados, también descubrí que es bastante común esperar todo el día y no ser atendido nunca, por la cantidad de personas en espera. También es común que, aunque la primera consulta puede ser gratuita, el especialista al que es derivado el paciente o los análisis que debe realizarse no lo son. Aun si todo lo anterior fuese gratuito, en algunos casos la familia deberá comprar los medicamentos, y así se termina la esperanza de asistencia médica.

Sylvanie Sylvain, de 57 años y madre de Getro Nelio, es una pequeña demostración del fracaso del sistema médico. Está enferma y necesita realizarse una cirugía de garganta. Un doctor del hospital universitario le dio turno para la operación, pero cuando Sylvanie fue, el día indicado, le dijeron que el equipo necesario no funcionaba. La derivaron a otro hospital, pero allí tendría que pagar por el procedimiento. Y no tiene dinero.

Oigo historias que nunca deberían tener que contarse, como la de una joven enfermera voluntaria de los Estados Unidos con quien me encontré en el baño de un lujoso hotel, donde me metí para lavarme la cara después de un día agitado en los campamentos. Con los ojos bien abiertos, me explicó que venía de asistir en un parto en un hospital; sus únicos suministros habían sido un par de guantes plásticos que ella misma consiguió y un trapo que había usado en el parto de otro bebé unos minutos antes. Había pasado la noche anterior con un niño moribundo que padecía malaria cerebral; respiraba dos veces por minuto. Ella no tuvo nada para darle en toda la noche, excepto una botella de agua.

Algunas organizaciones internacionales sólidas y comprometidas están trabajando en Haití, al igual que fundaciones y grupos comunitarios extranjeros que han llegado para brindar apoyo en las prioridades que los haitianos han fijado para ellos mismos. Haití está mucho mejor gracias a su ayuda. Sin embargo, hay demasiados ejemplos de actores extranjeros que han dejado de lado a los haitianos en la toma de decisiones, en los proyectos y como parte del personal. Respecto del abismo que existe entre los miles de millones en ayuda y la población necesitada, cuatro meses después es demasiado tarde para dar la excusa de ‘problemas de coordinación’: el fundamento que me han dado muchos relacionados con la ONU y otras agencias de peso.

La desesperación aumenta. La madre de una adolescente que había sido violada preguntó: “¿Nos puede ayudar a encontrar un psicólogo? Toda la nación necesita un psicólogo”. Supe de una joven de 17 años que intentó degollarse. Una persona de los Estados Unidos que ayudaba voluntariamente en un campamento de refugiados de la ciudad de Jacmel me contó de una joven de 18 años que estaba tan abatida por su situación y la de su bebé de un año, que lo arrojó a la basura. (Los voluntarios recogieron al bebé y actualmente le están brindando ayuda psicológica a la madre).

Pero los sobrevivientes también me han dicho en repetidas ocasiones que están resignados a hacer lo que sea necesario para seguir adelante. En su mayor parte, se los ve resistentes, fuertes y estoicos. Carolle Pierre-Paul Jacob, del grupo de mujeres Solidaridad con las Mujeres Haitianas (SOFA), caracterizó la situación de la siguiente manera: “Las personas se están desesperando pero todavía tienen esperanzas”.

“Sé fuerte” es el saludo nacional, la exhortación que cierra la mayoría de las interacciones humanas, llamadas telefónicas y correos electrónicos.

“Nosotros, el pueblo de Haití, tenemos que seguir adelante”, dijo Ricot Jean-Pierre. “Seguiremos exigiendo que nuestro gobierno, las instituciones financieras internacionales y la comunidad internacional nos rindan cuentas”.

Y Elitane Athelus, una líder del grupo de comerciantes callejeras Ayibobo Mujeres Mártires Valientes, dijo: “No dejaremos de luchar hasta que las condiciones de vida cambien. Recuerden que nosotros ya hicimos una revolución con nuestras propias manos. No perdimos del todo. Todavía corre agua por el canal”.

[1] Nadie sabe cuántos viven en la calle. Son un subgrupo dentro de los 1,3 a 1,9 millones que han quedado sin hogar o han sido desplazados por el terremoto, números estimados por el gobierno de Haití y la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios respectivamente. http://www.unog.ch/80256EDD006B9C2E/(httpNewsByYear_en)/3B1A8BF16B0924EFC12576E200631D38?OpenDocument. El resto se ha ido a las zonas rurales.

[2] Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios: “Haiti: Humanitarian Bulletin Issue #1” (Haití: Boletín Humanitario No. 1), 23 de abril de 2010, http://www.reliefweb.int/rw/rwb.nsf/db900sid/MUMA-84TW2F?OpenDocument&RSS20&RSS20=FS

***

Beverly Bell ha trabajado con los movimientos sociales haitianos por más de 30 años. Es autora del libro Walking on Fire: Haitian Women’s Stories of Survival and Resistance, y coordinadora de Other Worlds, www.otherworldsarepossible.org, que promueve alternativas sociales y económicas. También se desempeña como miembro asociado del Institute for Policy Studies.